LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 13 de noviembre de 2013

El arte literario según Lu Ki, poeta chino del siglo III

LU KI (siglo III), “Arte Literaria”, Poesía China, Cía. Gral. Fabril Editora, Bs. As., 1960.



Cuando yo me pongo a examinar las obras de los escritores de talento, me parece que llego a comprender su manera. Hay muchas variedades en el arte de disponer las palabras y utilizar el idioma, puedo llegar a discutir lo que da atractivo a las obras literarias y las calidades que les faltan, así como dar un juicio favorable o desfavorable sobre lo que estas propiedades arrastran.
Cuando soy yo quien escribe, veo aún mejor este mecanismo. Con frecuencia siento pena al comprobar que mi pensamiento no sigue el tema con facilidad, que las palabras que empleo no agotan mi pensamiento. La dificultad consiste en tal caso no sólo en darse cuenta, sino en tener las facultades necesarias, lo que es más raro.
Apoyándome en esto, he compuesto este poema sobre el arte literario, a fin de exponer en qué consiste la perfección artística de los autores clásicos y poder, al mismo tiempo, examinar las cualidades y defectos de la obra literaria que creamos. De ese modo la posteridad juzgará quién ha sabido penetrar más hondamente las sutilezas de tan difícil arte.
Si se quiere escribir imitando los modelos conocidos, es muy simple, pero si se busca la forma personal propia, encontramos lo difícil que resulta traducir la personalidad en palabras. Por lo tanto, he querido reunir en este poema todo aquello de lo cual se puede hablar.
A fin de obtener un conjunto y poder mirar a lo lejos, el poeta despierta su sentimiento y su voluntad, ayudándose con las obras clásicas. Así sigue la sucesión de las cuatro estaciones, suspirando ante su fuga, contempla la naturaleza y sueña en su confusa multitud de seres; cuando llega el poderoso otoño, se entristece ante la caída de las hojas y, con la primavera perfumada, exulta ante sus tiernos brotes.
Se vuelve su corazón respetuoso y deferente; acaricia su pureza, parecida a la escarcha; sus pensamientos se tornan elevados y vastos, alcanzando las nubes. Ve cómo cantan las grandezas y el brillo de las virtudes de su tiempo, celebrando el perfume transparente de las virtudes de los hombres de antaño. Así yerra entre el estilo y la abundancia de los clásicos, alabando el acorde armonioso entre tema y estilo que hay en las obras elegantes y perfectas. Entonces, preso de un generoso impulso, abandona los libros y toma el pincel para traducir su inspiración en palabras.
Antes de comenzar, se recoge en sí mismo, mirándose y escuchándose interiormente; se abandona a su intimidad y se desvive por interrogar su pensamiento. Recorre su alma los confines del mundo, mientras su corazón planea a diez mil pies de altura. Al fin, su espíritu comienza a manifestarse cada vez más y más brillantemente; su tema es más claro y preciso. Entonces, agotando la quintaesencia de todos los escritos antiguos, se impregna en el perfume de las obras canónicas. Así su alma flota sobre el abismo del cielo y se sumerge en las profundidades de las fuentes subterráneas.
En ese momento, las palabras profundas aparecen penosamente, como esos peces vagabundos colgados del anzuelo que sacamos de la hondura del abismo enorme; los adornos literarios del estilo llegan palpitantes como las aves que vuelan altas en el viento y a las que se hace regresar con un cordón atado a una flecha, precipitándose de las nubes.
El poeta concierta las expresiones no usadas por cien generaciones de autores y junta las rimas que omitieron los poetas en miles de años transcurridos; renuncia a las flores de la mañana; como ya están muy vistas, hace estallar los capullos de la noche, porque aún no han sido abiertos. En un instante, junta el pasado al presente y de una mirada abraza los confines del mundo.
Seguidamente elige los términos según el sentido, los clasifica por su valor, fija las palabras y embellece el orden. Deja en la luz lo que tiene posibilidad de brillar, hace que vibre todo lo que es susceptible de emitir un sonido armonioso. Tan pronto desciende a lo largo de la rama para ordenar las hojas, como remonta la corriente para buscar el venero. A veces, al partir de una base oculta, llega resultados satisfactorios; otras veces, buscando lo fácil, alcanza lo difícil. Realza su estilo como tigre que cambia su piel, lo doma como se domestica un animal, lo levanta con el fulgor de un dragón, lo mece como un pájaro flotando entre las olas. Tan pronto encuentra pensamientos justos y seguros, fáciles de expresar, como tropieza con escollos que le impiden encontrar lo que busca.
Ha agotado la pureza de su corazón para concentrar su pensamiento, medita cuidadosamente, y únicamente luego formula su discurso. Entonces encierra el cielo y la tierra que describe y hace que la naturaleza toda se pliegue a su pincel. Al principio, duda y no avanza, se le seca la boca; al fin, deja correr abiertamente su pincel húmedo. La razón sostiene el tema de la composición formando un tronco; el estilo se suspende en ramificaciones, floreciéndolo. No hay ninguna divergencia entre su sentimiento interior y la forma exterior de expresión; el menor cambio aparecería en la superficie. Si el autor piensa en la alegría que siente, está seguro de echarse a reír; si está en el punto de hablar de la aflicción, está seguro de suspirar. Tan pronto agarra con precipitación las tablillas como detiene el avance de su pincel.
¡Ah, la alegría que se siente creando fue la que más apreciaron los sabios de otros tiempos! El autor escruta el vacío y la nada y encuentra la existencia, examina el silencio y le arranca sonidos. Hace caber la inmensidad en una hoja y brotar la perfección universal de un corazón que sólo mide un puño. Amplía la palabra que se torna colmada y vasta, la ordena y la vuelve aún más profunda. Despide su perfume como una planta cargada de flores olorosas y crea una abundancia perfecta, parecida a un boscaje de ramas verdeantes. Es como un viento puro que sopla en torbellino, como cúmulos de nubes voladoras alzándose.
Las formas presentan diez mil variedades, sin medida común a los demás seres. Todo es desbordante y desbordado; no se podrían clasificar las apariencias ni los aspectos regulares. El autor busca en el vocabulario los materiales que necesita para sus ideas como buen obrero que toma lo preciso. Se esfuerza por triar entre lo que es y lo que no es, examinando lo más profundo y lo que no lo es tanto; huyendo de las fórmulas rutinarias, trata de agotar todos los aspectos y utilizar todas las apariencias. Utiliza la profusión para halagar los ojos, pero guarda la preocupación de la medida para satisfacer el alma. No debe dar impresión de escasez agotando el vocabulario; su forma ha de ser amplia, sin sufrir restricciones.
La poesía se apoya sobre sentimientos; es rica y sonora. El poema en prosa da cuerpo a lo que describe: es limpio y ancho. La inscripción sobre la estela debe ornamentar el estilo, pero ser sincera. El elogio fúnebre ha de ser afectuoso y lleno de dolor. La inscripción será amplia en cuanto a tema, pero sucinta por su estilo, fina y elegante. La amonestación es de estilo fluctuante, pero sus intenciones deben ser puras y sus términos vigorosos. El elogio debe tener facilidad y distinción. La disertación será minuciosa y perspicaz, clara y bien desarrollada; el informe al trono, sereno y firme, guardando así las conveniencias; el discurso, brillante y lleno de artificios.
Aunque la diferencia entre los géneros sea tan grande, todos deben evitar la licencia y restringir la extravagancia. Lo esencial es tener una palabra expresiva, un pensamiento justo y bien desarrollado. He ahí por lo cual todo lo que es largo y confuso no sirve de nada.
En su conjunto, la composición debe tener mucha gracia y variedad, tanta como son de numerosos sus géneros. Sin embargo, todos tiene como fin principal poner en primer término el sentimiento que inspira el tema; el papel de la palabra es realzar su belleza.
Cuando los sonidos diversos cambian, sucediéndose, es como si los colores se manifestasen uno después de otros. Pero sin la armonía de la obra, los períodos y las pausas no se siguen en un plan riguroso, la obra parece frustrada y su lectura se hace difícil.
Si el autor ordena bien sus períodos y conoce el arte de ensamblarlos, seguirle es tan fácil como sacar agua de un manantial. Pero si pierde la continuidad y descuida la armonía, parece que el fin ha sido colocado al comienzo. Cuando se turba la sucesión regular de los colores, la obra entera se vuelve confusa y mate.
Algunos autores se salen del tema en las primeras frases; otros desbordan al terminar, en los últimos párrafos. En los unos la elocución parece falsa aunque la idea sea conforme a la razón; en los otros la elocución es honesta, pero el fondo del pensamiento es falso. En ambos casos existen los elementos de una obra de arte, pero tal como se presentan son defectuosos. Conviene medir las calidades con un cuidado extremo y determinar lo que se conserva y lo que se elimina con toda precisión. Entonces, si una obra está trabajada según las buenas reglas, si su trazado es regular como una línea trazada a cordel, su redacción puede quedar definitiva.
Algunas veces el estilo es abundante y rico en razonamientos, pero la obra no alcanza su fin: por lo tanto es falsa. No hay dos maneras diferentes de agotar un tema: una vez que este es tratado a fondo, nada más se le puede añadir.
Hallar palabras decisivas y colocarlas en los lugares importantes de una composición literaria es conseguir el látigo que estimula al caballo. Aunque todas las frases estén bien ordenadas, será necesario el látigo para que la obra tenga mérito. Pero para que el mérito sea grande hay que usar la moderación, deteniéndose en lo elegido sin añadir lo superfluo.
A veces, un pasaje es armonioso como pieza de seda recamada, su pureza brilla de un resplandor supremo. Sus colores cambiantes son como bordados multicolores y elegantes,  su emoción vibra más que las cuerdas numerosas de una orquesta. Pero si el autor no se aparta en nada de los modelos que imita, llega a una identidad involuntaria con las composiciones de otros tiempos. Así un pasaje, aunque hermosamente tejido de sentimientos profundos, es de temer que otros ya le hayan precedido. Desde el momento que ello ofende la probidad del escritor y choca a la justicia, aunque lo sienta, necesariamente debe suprimirlo.
Otras veces sucede que un pasaje se abre como una flor, se yergue como la punta de una espiga, se aparta del resto de la obra, pareciendo romper su estructura. Esa forma no puede ser sostenida a todo lo largo del poema; su sonoridad será difícil conservarla. Se eleva solitaria en sí misma; no es trama de sonoridades comunes. Su pensamiento no encuentra par igual, es continuarlo, se eleva libremente y permanece inasible.
Las montañas reciben el resplandor que hace brotar sobre ellas el jade escondido en las rocas; los ríos se embellecen con las perlas que el agua guarda en sus entrañas; los arbustos no deben ser abatidos, pues su verdor unido puede tener encanto. Yo considero que reunir en una obra pasajes ordinarios y trozos excepcionales sirve para realzar el resplandor de aquella.
Algunas veces emplea la palabra únicamente para un breve canto; su obra se alza solitaria sobre una rama pobre. Si observamos, vemos que todo es tranquilo y silencioso, pero ninguna simpatía le acompaña. Si se dirigen los ojos hacia el pasado, todo es vasto y vacío, no se continúa la obra de nadie. Una obra así se parece a una cuerda aislada sobre un instrumento musical: tendrá en ella las posibilidades del canto, pero nadie vendrá a responderla.
Podrán otros emplear su talento en obras apresuradas. La belleza de su discurso será vana, adolecerá de brillantez. Mezclará en un solo cuerpo lo bueno y lo malo, y aunque mezcle materiales preciosos, no producirá más que obras defectuosas. Su composición recordará el sonido de las flautas que se tocan en las salas de fiestas; su sonido es tan precipitado, que aunque algún instrumento quisiera responderle, jamás conseguirían formar una armonía.
Hay poeta que descuida la razón para buscar la excentricidad y se dedica a desarrollar ideas huecas, a perseguir detalles ínfimos. Sus palabras no tienen sentimiento, carecen de emoción; su discurso flota y no se puede estabilizar. Su composición es semejante a una cuerda pulsada un punto y deslizada rápidamente. Aunque fuese armonioso el sonido, carecería de emoción.
Otro deja correr libremente su estilo para seguir el gusto común. Busca el ruido y la confusión, es pródigo en adornos literarios. Así regocija vanamente los ojos y se acerca a lo vulgar; aunque produzca sonidos elevados, su melodía es baja. Hace pensar en una música perversa; aunque emocione su obra, le falta continencia.
Otro producirá una obra pura, sobria y contenida, negándose toda repetición, suprimiendo todo lo superfluo. Pero será como un caldo sin gusto agradable; recordará los sonidos agudos y flotantes de la guitarra antigua. Hasta si comunica emoción, hasta si tiene dignidad, el poema carecerá de encanto.
Si, por el contrario, el autor sabe distribuir la abundancia y la economía, si hace sucederse la elevación y la sencillez transformándolas en arte justo, entonces los artificios del estilo producirán sutiles efectos. A veces las palabras parecerán sin malicia, pero la alusión será diestra; otras veces la alocución será viva, pero el pensamiento refinado. A veces el autor retomará los temas antiguos, pero sabrá darles aire nuevo; otras, tomará modelos imperfectos, transformándolos en obras perfectas. Examinará a fondo cuanto pretenda escribir y presentará lo examinado bajo una forma definitiva. Del mismo modo que el bailarín evoluciona siguiendo la música y agita sus mangas, aquel que canta sigue las cuerdas del instrumento que le acompaña desgranando sus sonidos. Es éste un arte que no se puede explicar con palabras, no es algo cuya esencia pueda fijarse con las vanas palabras.
Yo quisiera desde lo más profundo de mi corazón extender universalmente las reglas y leyes del estilo literario. Los escritores se esfuerzan por rectificar constantemente los errores del juicio del mundo, examinando lo que las obras de antaño encierran de calidades, pues aunque estén dotadas de afinada perspicacia y recto espíritu, corren riesgo de ser la irrisión de los ignorantes.
Sin embargo, la belleza de las palabras, los modelos de estilo pulido y elegante son fáciles de contemplar como el jade, tan fáciles como encontrar semillas en la llanura. Estas cualidades son inagotables como el soplo del aliento de una fragua, por el cual pasa el mismo viento que llena el espacio entre el cielo y la tierra.
A pesar de eso, si el mundo produce profusamente obras de arte, las buena ¡ay!, no podrían llenarnos el cuenco de las manos. Me da lástima que teniendo los modelos tan cerca, no sepan servirse de ellos, y que las buenas palabras encuentren tan difícilmente seguidores. A eso se debe que las obras progresen con incoherencia, las breves músicas en las cuales los pasajes vulgares vienen a completar el conjunto.
Entonces el autor siente con frecuencia fastidio al terminar su obra. Aunque sea vanidoso y suficiente, no llega a estar satisfecho. Si se rompe un vaso de barro, únicamente podemos recibir barro; el jade sonoro parece que se burla.
Por el contrario, cuando el autor está inspirado, su emoción se manifiesta, llegando a penetrar en aquello que estaba oculto. Cuando llega la inspiración, nada podría detenerla; cuando se va, nadie es capaz de sujetarla. Cuando huye, es como una sombra que se desvanece; cuando se manifiesta, es como una armonía resonante. Todas las facultades del alma funcionan a la perfección, ágilmente. ¿Qué caos no llegaríamos entonces a ordenar? Las ideas en tromba se levantan de nuestro corazón, las palabras brotan de la fuente de nuestros labios. La obra llega rica, total, presurosa; no tenemos más que dejar resbalar el pincel sobre la seda. La belleza del estilo llena nuestros ojos; la pura armonía, nuestros oídos.
Después, cuando la inspiración se aleja, quedan nuestros sentidos atrofiados e inmóviles; aunque queramos seguir, el genio reposa. Entonces nos quedamos inmóviles como madera seca, secos como un lecho de río sin caudal. El autor se vuelve hacia el interior de su alma para escrutar lo que es difícil conocer; busca concentrar la esencia pura de su espíritu para reencontrarse. Pero las nociones oscuras se vuelven cada vez más impenetrables; el pensamiento se produce lentamente, es como si a la fuerza lo arrancáramos.
Por lo tanto, ya puede un autor agotar todo su arte; lo que produzca sólo le causará fastidios. A veces, deja correr libremente su pensamiento, y su obra se aparta menos de la perfección. Todo esto se produce en el interior de nosotros mismos, y, sin embargo, no son cosas de las cuales podemos disponer a voluntad. He aquí por qué un autor muchas veces se lamenta, apretando sus manos contra su pecho vacío. Nadie encontró aún las causas por las que estamos inspirados o dejamos de estarlo.
Si ahora quisiéramos hablar de la utilidad de la literatura, comprobaríamos que sirve para expresar eficientemente todos nuestros pensamientos. La expresión literaria puede recorrer lenguas sin encontrar obstáculos, atravesar cien siglos, y servirá lo mismo de modelo. Elevándonos hacia el pasado, contemplamos en ella la imagen de los hombres que fueron; inclinándonos sobre el porvenir, legamos con ella un modelo a las generaciones futuras.

La literatura sostiene las artes civiles y militares cuando están a punto de derrumbarse, propaga el deseo y la gloria de la virtud, sin jamás dejar de brotar. Su paso no conoce nada tan lejano que ella no pueda volver próximo; su razonamiento no conoce nada tan sutil que ella no pueda explicar. Su acción es tan benéfica como la de las nubes y el agua; simboliza la transformación de los demonios y espíritus de la naturaleza. Sus producciones recubren los bronces y las piedras, derrama la virtud, es perpetuada por la música y contribuye a la renovación moral constante del mundo humano.

1 comentario:

Autora MaribelAparicio dijo...

Me gustaría presentarte mis blogs y si te gustan seguirnos mutuamente ¿qué te parece? Me puedes seguir en el blog disfrutando contigo.

Besitos