LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 24 de febrero de 2010

RICARDO REIS (Lisboa, 1914-1935). Odas florales y la presencia de la luna.

“El Dr. Ricardo Reis nació dentro de mi alma el día 20 de enero de 1914 alrededor de las once de la noche. Yo había estado oyendo una amplia discusión sobre los excesos, especialmente de realización, del arte moderno. Según mi manera de sentir las cosas, me fui dejando llevar por la onda de esa reacción momentánea. Cuando me di cuenta de lo que estaba pensando, vi que había concebido una teoría neoclásica y que la estaba desarrollando. La encontré hermosa y pensé que sería interesante si la desarrollaba según principios que no adopto ni acepto. Se me ocurrió la idea de hacer un neoclasicismo ‘científico’ (…)” (Fernando Pessoa).

Poemas seleccionados del libro Fernando Pessoa. Odas de Ricardo Reis, Ed. Pre-Textos, Valencia, 1998.



Odas publicadas en la revista Athena –Libro I de las odas- 1924.


IX

CORONADME de rosas,
coronadme en verdad
de rosas –
¡Rosas que se apagan
en frente apagándose
tan pronto!
Coronadme de rosas
y de hojas breves.
Y basta.



XII

LA flor que eres, no la que das, quiero.
¿Por qué me niegas lo que no te pido?
Tiempo habrá de negar
después de haber dado.
Flor, ¡séme flor! Si te cogiese avaro
la mano de la infausta esfinge, tú, perenne
sombra, errarás absurda,
buscando lo que no diste.



XVI

TUYAS, no mías, tejo estas guirnaldas,
que en mi frente renovadas pongo.
Para mí teje las tuyas,
que las mías no veo.
Si no pesa en la vida mejor gozo
que vernos, veámonos, y, viéndonos,
sordos conciliemos
lo sordo subsistente.
Coronémonos pues unos a otros,
y brindemos unísonos a la suerte
que haya, hasta que llegue
la hora del barquero.



XVIII

NOSTÁLGICO ya de este verano que veo,
lágrimas para sus flores empleo
en el recuerdo invertido
de cuando he de perderlas.
Traspasados los portales irreparables
de cada año, me anticipo a la sombra
en que he de errar, sin flores,
en el abismo rumoroso.
Y cojo la rosa porque la suerte manda.
Marcescente, la guardo, marchítese conmigo
antes que con la curva
diurna de la amplia tierra.



Odas de publicación póstuma, 1935-1994.


1.

MAESTRO, son plácidas
todas las horas
que nosotros perdemos
si en el perderlas,
cual en un jarrón,
ponemos flores.

No hay tristezas
ni alegrías
en nuestra vida.
Sepamos así,
sabios incautos,
no vivirla,

sino pasar por ella,
tranquilos, plácidos,
teniendo a los niños
por nuestros maestros,
y los ojos llenos
de Naturaleza…

Junto al río,
junto al camino,
según se tercie,
siempre en el mismo
leve descanso
de estar viviendo.

El tiempo pasa,
no nos dice nada.
Envejecemos.
Sepamos, casi
maliciosos,
sentirnos ir.

No vale la pena
hacer un gesto.
No se resiste
al dios atroz
que a los propios hijos
devora siempre.

Cojamos flores.
Mojemos leves
nuestras dos manos
en los ríos calmos,
para que aprendamos
calma también.

Girasoles siempre
mirando al sol,
de la vida nos iremos
tranquilos, teniendo
ni el remordimiento
de haber vivido.



3.

NO tengas nada en las manos
ni un recuerdo en el alma,

que cuando te pongan
en las manos el óbolo último,

al abrirte las manos
nada te caerá.

¿Qué trono quieren darte
que Átropos no te quite?

¿Qué laureles que no se mustien
en los arbitrios de Minos?

¿Qué horas que no te hagan
de la estatura de la sombra

que serás cuando estés
en la noche y al final del camino?

Coge las flores pero suéltalas,
de las manos apenas las miraste.

Siéntate al sol. Abdica
y sé el rey de ti mismo.



7.

SABIO el que se contenta con el espectáculo del mundo,
y al beber ni recuerda
que ya bebió en la vida,
para quien todo es nuevo
e inmarcesible siempre.

Corónenlo pámpanos, o yerbas o volutales rosas,
él sabe que la vida
pasa por él y tanto
cortan a la flor como a él
de Átropos las tijeras.

Mas él sabe hacer que el color del vino esconda esto,
que su sabor orgiástico
borre el gusto de las horas,
como a una voz que llora
el pasar de las bacantes.

Y él espera, alegre casi y bebedor tranquilo,
y sólo deseando
en un deseo mal tenido
que la abominable ola
no lo moje tan pronto.




Oda publicada en la revista Presença, 1927-1933.


XXVIII

PARA ser grande, sé entero: nada
tuyo exagera o excluye.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas.
Así en cada lago la luna toda
brilla, porque alta vive.

miércoles, 17 de febrero de 2010

JEAN-PIERRE VERNANT (Seine-et-Marne, 1914 - París, 2007). La memoria como conquista y función poética.

El poder de rememoración, hemos recordado, es una conquista; la sacralización de Mnemosyne indica la importancia que le es acordada en una civilización puramente oral como lo fue, entre el siglo XII al VIII, antes de la difusión de la escritura, la de Grecia (…)
Diosa titán, hermana de Cronos y de Océanos, madre de las Musas (Hesíodo, Teogonía) cuyo coro dirige y con las cuales, a veces, se confunde, Mnemosyne preside, se sabe, la función poética. Para los griegos se da por descontado que esta función exige una intervención sobrenatural. La poesía constituye una de las formas típicas de la posesión y del delirio divinos, el estado de “entusiasmo” en sentido etimológico. Poseído de las Musas, el poeta es el intérprete de Mnemosyne, como el profeta, inspirado por el dios, lo es de Apolo (Píndaro, fr. 32; Platón, Ion). Por lo demás, entre la adivinación y la poesía oral tal como ella se ejerce, en la edad arcaica, dentro de la comunidad de aedos, cantores y músicos, existen afinidades, e incluso interferencias, que han sido señaladas muchas veces (Conford, Principium sapientiae). Aedo y adivino tienen en común un mismo don de “videncia”, privilegio que han debido pagar al precio de sus ojos. Ciegos a la luz, ellos ven lo invisible. El dios que les inspira les descubre, en una especie de revelación, las realidades que escapan a la mirada humana. Esta doble visión trata en particular sobre las partes del tiempo inaccesibles a las criaturas mortales: lo que ha tenido lugar en otro tiempo, lo que todavía no ha sucedido. El saber o la sabiduría, la sophia (J. Duchemin, Pindare…; Ístmicas, V, 28) que Mnemosyne dispensa a sus elegidos es una “omnisciencia” de tipo adivinatorio. La misma fórmula que define en Homero el arte del adivino Calcas se aplica, en Hesíodo, a Mnemosyne: ella sabe –ya canta- “todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será” (Homero, Ilíada; Hesíodo, Teogonía). Pero, contrariamente al adivino que debe, a menudo, responder a unas preocupaciones que se refieren al porvenir, la actividad del poeta se orienta casi exclusivamente del lado del pasado. No su pasado individual, ni tampoco el pasado general como si se tratase de un cuadro vacío independiente de los acontecimientos que allí se desarrollan, sino el “antiguo tiempo”, con su contenido y sus cualidades propias: la edad heroica o, más allá aún, la edad primordial, el tiempo original.
De estas épocas cumplidas, el poeta tiene una experiencia inmediata. Él conoce el pasado porque tiene el poder de estar presente en el pasado. Acordarse, saber, ver, son términos que se corresponden. Un lugar común de la tradición poética es contraponer el tiempo de conocimiento con el propio del hombre ordinario –saber de oídas que descansa en el testimonio de otro, sobre las palabras referidas-, al del aedo presa de la inspiración y que es, como el de los dioses, una visión personal directa (Homero, Ilíada, Odisea; Píndaro, Píticos, Olímpicos). La memoria traslada al poeta al corazón de los acontecimientos antiguos, dentro de su tiempo (Platón, Ion). La organización temporal de su relato no hace sino reproducir la serie de acontecimientos, a los cuales, de alguna manera, asiste, en el mismo orden en el que ellos se suceden a partir de su origen (Homero, Ilíada).
Presencia directa en el pasado, revelación inmediata, don divino, todos estos rasgos que definen la inspiración por las Musas no eliminan en forma alguna para el poeta la necesidad de una dura preparación y como de un aprendizaje de su estado de videncia. Además, la improvisación en el transcurso del canto no excluye el fiel recurso a una tradición poética conservada de generación en generación. Por el contrario, las mismas reglas de la composición oral exige que el cantor disponga, no solamente de un tejido de temas y de relatos, sino de una técnica de dicción formularia completa que él utiliza y que comprende el empleo de expresiones tradicionales, de combinaciones de palabras ya fijadas, de fórmulas establecidas de versificación (A. van Gennep, La question…; M. Parry, L’éphitète…; A. Severyns, Homère…). No sabemos de qué manera se iniciaba el aprendiz de cantor en la maestría de esta lengua poética, en el seno de las comunidades de aedos (J. Vendryes, Choix…). Se puede pensar que en su formación desempeñaban un importante papel los ejercicios nemotécnicos, particularmente el recitado de extensos trozos repetidos de memoria (Platón, Ion; M. Parry, L’épithéte…; F. Robert, Homère…; R. Sealey, Revue…; M. Jousse, Etudes…). Se encuentra en Homero una indicación en este sentido. La invocación a la musa o a las musas, fuera de los casos en los que ella se coloca, como es natural, en el principio del canto, puede introducir una de estas interminables enumeraciones de nombres de hombres, de comarcas, de pueblos, que se llaman los Catálogos. En el Canto II de la Ilíada, el catálogo de las naves expone de esta forma un verdadero inventario del ejército aqueo: nombres de jefes, contingentes de tropas colocadas bajo sus órdenes, lugares de origen, número de navíos, de los cuales disponen. La lista se extiende a través de 265 versos. Se inicia con la siguiente invocación: “Y ahora, decidme, Musas, habitantes del Olimpo –porque vosotras sois diosas, presentes en todas partes, y que todo lo sabéis; nosotros no entendemos sino un ruido y desconocemos todo- decidme quiénes eran los conductores, los jefes de los Danaos”. Al catálogo de los navíos sucede inmediatamente el catálogo de los mejores guerreros y de los mejores jinetes aqueos, que comienza con una nueva invocación a las musas y al que sigue casi enseguida el catálogo del ejército troyano. El conjunto abarca poco más o menos la mitad del canto II, cerca de 400 versos, compuestos casi exclusivamente de una relación de nombres propios, lo que supone un verdadero entrenamiento de la memoria.
Estas colecciones pueden parecer fastidiosas. La predilección que les muestran Homero y más aún, Hesíodo, indica que ellas juegan un papel de primera importancia dentro de su poesía. A través de ellas se fija y se transmite el repertorio de los conocimientos que permite al grupo social descifrar su “pasado”. Constituyen como los archivos de una sociedad sin escritura, archivos puramente legendarios, que no responden ni a exigencias administrativas, ni a una intención de glorificación real, ni a una preocupación histórica (T. B. L. Webster, Homer…). Ellas intentan poner en orden el mundo de los héroes y de los dioses al mismo tiempo que establecer una nomenclatura tan rigurosa y completa como sea posible. Dentro de estos repertorios de nombres que instituyen la lista de agentes humanos y divinos, que precisan su familia, su país, su descendencia, su jerarquía, son codificadas las diversas tradiciones legendarias, organizada y clasificada la materia de los relatos míticos.
Esta preocupación de formulación exacta y de enumeración completa confiere a la poesía antigua –incluso cuando ella tiene como primera intención la de distraer, tal es el caso de Homero- una rectitud casi ritual. Heródoto podrá escribir que la muchedumbre de los dioses griegos, antes anónima, se ha encontrado en los poemas de Homero y Hesíodo, distinguida, definida y nombrada (Heródoto, II). A esta ordenación del mundo religioso está estrechamente asociado el esfuerzo del poeta para determinar los “orígenes”. En Homero, no se trata sino de fijar la genealogías del los hombres y los dioses, de precisar la procedencia de los pueblos, de las familias reales, de formular la etimología de ciertos nombres propios y el aition de epítetos relativos a los cultos (H. M. Chadwick y N. K. Chadwick, The growth…). En Hesíodo, esta búsqueda de los orígenes tiene un sentido profundamente religioso y confiere a la obra del poeta el carácter de un mensaje sagrado. Las hijas de Mnemosyne, ofreciéndole el bastón de la sabiduría, el skeptron, cortado de un laurel, le han mostrado "la Verdad” (Teogonía). Le han enseñado el “bello canto” con que ellas mismas cautivan los oídos de Zeus y que narra el comienzo de todas las cosas. Las musas cantan en efecto, comenzando por el principio –έξάρχής: la aparición del mundo, la génesis de los dioses, el nacimiento de la humanidad. El pasado de esta forma desvelado es mucho más importante que el antecedente del presente: es la fuente del presente. Remontándose hasta él, la rememoración busca no el situar los acontecimientos dentro de un marco temporal, sino el alcanzar el fondo mismo del ser, descubrir el original, la realidad primordial de la que ha salido el cosmos y que permite comprender el devenir en su conjunto.

(Fragmento del Capítulo II, “Aspectos Míticos de la Memoria y del Tiempo”, Mito y Pensamiento en la Grecia Antigua, Ariel, Barcelona, 1993).

miércoles, 10 de febrero de 2010

BORGES, VEDOVALDI Y ELLOS.

“…cuesta lograr una voz que hable en lo que uno escribe porque uno vive atravesado por muchas voces. Pero aún cuando uno puede suscribir a sus textos y defenderlos, hay que considerar que el que habla en el texto no es el que habla como autor acerca de sus textos. El que habla de su escritura es otro hablante, que está en un estado mental o intelectual de mucha menor tensión creadora que el autor. El que habla de su texto, puede traicionar el espíritu de su texto, ese es mi temor”. (Rubén Vedovaldi, fragmento de correspondencia personal).


BORGES Y YO

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o de la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de liberarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986). El Hacedor, 1960.



Doxografía:

“… me interesa la relación entre el que escribe y el hombre que uno es más acá de escribir. El hábito va haciendo de una persona esas dos personas, el hombre y el escritor. Y el tiempo nos borra a los dos”. (R. V., ibid)


YO Y EL OTRO

Al otro, a Rubén Vedovaldi, es a quien le trabaja el nombre o su eco. Yo camino por la vieja casa y me doy a ver como crece el lapacho rosado que me regalaron como bonsái y puse en libertad en la tierra del lote. De Vedovaldi tengo noticias por el correo, por Internet, por teléfono, y leo sus versos publicados en tal libro, en tal periódico, en tal otra revista. Me gustan las tetitas de las quinceañeras en flor, las piernas de las locas perdidas, el cine de Polansky, las canciones de los Beatles y Almendra, el olor de una tira de asado en la parrilla, y la voces de Gelman y Galeano; el otro comparte o no comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Nuestra relación no es hostil, yo sobrevivo, yo despierto del sueño, para que Vedovaldi pueda estrofar su obra más o menos literaria y eso más o menos me justifica.
Ha logrado ciertas páginas más o menos válidas, entre montañas de hojarasca prescindible, pero esas líneas, arañazos de gato en la niebla, no me pueden salvar, quizás porque lo aprobado ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje y del siglo. Yo estoy destinado a perderme, y sólo algún instante de mí podrá trascender en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su viciada costumbre de extrañarse en la lengua y el habla.
Heráclito entendió que todo cambia; la piedra antes no era piedra y después dejará de ser piedra; el río antes no era río y, si el planeta se calcina, dejará de ser río.
Yo he de quedar en Vedovaldi, no en mí (si es que alguien soy), aunque me reconozca menos en sus libros que en los de otras y otros o que en un solo salvaje de saxo.
Traté de liberarme de él, y pasé del delirio surrealista a la búsqueda de una síntesis, al ejercicio del estrato fónico y del significante, pero esos ejercicios y piruetas de estilo son de Vedovaldi ahora y tendré que idear otras para mí, para el estilo de mi muerte.
Mi vida es una estrella más o menos roja, más o menos difusa. Ni Dios ni el Diablo creen en mí.
Todo lo pierdo en los basurales del mercado. Todo es del olvido, de la AFIP, o del otro.
Uno siembra y canta en el desierto radioactivo, el otro recoge placer y dolor del cuerpo; desaciertos, desconciertos, melancolías y malentendidos. ¿Cuál de los dos está más solo, más lejos?

Rubén Vedovaldi.

....................................................................................
Rubén Vedovaldi publicó: CULTURICIDIO EN ARGENTINIEBLA y PROBLEMAS PARA QUEDAR MAL CON DIOS Y CON EL DIABLO –poemas- Ediciones “NO MUERDEN”, Rosario, 1991. De ese libro dijo Ana Emilia Lahitte:"Tus poemas son valiosos, maduros, bien escritos y mejor pensados. Tu luminoso humor negro es de antología."
Escritos suyos figuran en revistas y antologías nacionales y extranjeras.
Participó en los videos: LA IMAGEN DEL POEMA realizado por Denise Almeida (Rosario, 1994), y LA ÚNICA CIUDAD, realizado por Librería Homo Sapiens (Rosario, 1995), junto con la Antología de poesía, compilada por Eduardo D’Anna.
Colabora en CONTRATAPAS de Rosario/12.
Grabó el Disco Compacto CUANDO LA PALABRA CANTA –canciones y poemas- con el músico Carlos Medrano (1999), y el Disco Compacto PALAVRA LIVRE III ( 2004 ), muestra del taller de escritura que coordinó desde 1987 hasta 2006.
En diciembre de 2008 editó LAUREL DE FUEGO & BOCA DE TORMENTA, Ediciones EN LA CLARIDAD DE LA NOCHE, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Difunde poesía propia y de otros autores en micros de canales de cable, emisoras radiales de Frecuencia Modulada y en sitios de Internet.
(Tomado de La Página de Fernando Bellotini).

miércoles, 3 de febrero de 2010

ALDO PELLEGRINI (Rosario, 1903 - Buenos Aires, 1973). Cinco poemas.




Poemas seleccionados del libro CONSTRUCCIÓN DE LA DESTRUCCIÓN, Ed. A Partir de Cero, Buenos Aires, 1957.



CONSTRUCCIÓN DE LA DESTRUCCIÓN

Todo lo espero de las palabras. En su fiesta impalpable partiré a la conquista de las puertas. La palabra vacilante como rata ataviada de secretos. Y cuando las puertas se abren, la palabra inicial hunde su punta de cobre en la aventura del acercamiento.

Entonces estallan las disputas. La palabra reveladora sumerge su cuerpo resplandeciente en la oscuridad de la voz perdida. Ola rezagada que arrastra su agonía hasta la playa desierta. La palabra es inútil. La agonía es inútil.

En el desorden de las palabras las manos como intrusas se deslizan hasta la desnudez del instante. Predicadoras de nieve restablecen la calma en el mundo de los tesoros perdidos en los naufragios. Predicadoras que no quieren ser comprendidas.

El lenguaje es mi caracol privado. Allí oculto mi antigua marcha vertical porque he perdido mi verdadera morada. Me sobrepasa el coloquio entre el día y la noche y de pronto no sé de qué oscura estirpe provenimos los hombres.

Amantes de fuego, predicadoras de nieve, los reflejos me preceden, las sombras me siguen. En ese largo camino en pos de las palabras me descubro habitante del sobresalto y del desorden.

Pero sobre todo bebedor. Bebo mi propia voz y navego contra la corriente porque no me resigno a alejarme de mí mismo. Costoso equipaje de la identificación. Estoy frente al espejo como un cansancio de agua que se prolonga.

Qué fiesta de las palabras para la última noche del condenado. El ruido intolerable de las señales que corroen las explicaciones. El silencio de los acusadores y la feroz potencia de las palabras que nadie se atreve a pronunciar.

Ya estoy al nivel de las palabras submarinas. No es necesario explicar nada. Los significados mezclan sus inacabables tentáculos. Los exploradores de la confusión se sumergen en vano. Palabra fosforescente, alimento habitual de los crepúsculos.

Y los hombres se ciegan. Resplandor de la virginidad del verbo donde los templos se comunican su clamor de soledad. Los labios resecos inician en los portales la creación de Dios. Ardid de los nombres. Pero ni una sola palabra descifra la condición humana.

Sombra de un socorro. Me salvas del aniquilamiento. El viento atraviesa una casa deshabitada y descubre el silencio. Venido de todas partes el viento recorre mi soledad y recoge ese silencio que no quiere morir. Y así arrastra el exacto rumor de todos los hombres. Y el silencio andará por el mundo transformado en la fuente íntima de los secretos.



DISCURSO PARA UNA FIESTA CUALQUIERA

Cuando se está al pie de la escalera nos atrae la rueda de veneno de las alturas. Oh escalofrío, ahuyenta a los perros veloces, contempla los árboles sin medida, y apara la pequeñez de tu asombro, dóciles molinos de fatiga mueven tu caída.

Cuando tocamos la pared no es su consistencia lo que nos detiene sino su verdor, como si desafiando las cortinas una luz de cereza rozara la parte más dolorosa del espacio. Pero ni aún su verdor basta para despertar a la primavera, porque desde el fondo de los siglos descienden los profetas paralelos y un Cristo envejecido hace callar las melodías del buen tiempo.

El agua hierve en el furor de los antagonistas y un barquero se detiene a la orilla de los tambores. Qué combate de lentitud donde se cruzan los parpadeos y la atmósfera enfurecida deja escapar sus minerales a la hora del recogimiento.

Cómo tarda la rendición de los labios. El peligro enardece a las beldades aguerridas y en la confusión de las batallas del pudor logran finalmente la contemplación de la gracia. Entonces la realidad oculta su júbilo y desde las comarcas de la sorpresa una multitud de peregrinas descubren de pronto la magnificencia de sus cuerpos.

Y el pulso salta en el centro de sus entrañas liberando todo secreto. Una danza de lentitud se extiende por la piel hasta que los bebedores desconcertados se interrumpen para interrogar. He ahí el momento en que la risa resquebraja su espejo y la máscara de cinco dedos, embriagada de aire, se humilla en la paciencia.

Mediante una multiplicación de encrucijadas descubren el camino. Las costumbres cambian, los extranjeros llegan portadores de un ensueño de otros climas atravesando extensos desiertos colmados de una luz cegadora. Respirando humildemente, ávidos de silencio, los recién llegados construyen una oscuridad inhabitable.

Herederos del orgullo de antiquísimos reyes y del furor delirante de los profetas, conquistadores de los dominios del vértigo ¿a quién deben su ordenada confusión? Nada importa, ya no hay tiempo para el examen de los rostros. Cuando se termina la luz comienza la pesadilla. Ninguna posición alivia el tormento del espacio que no ha sido creado a la medida del hombre.

Oh espectáculo del espacio. Sólo bellos paisajes de porcelana y un rayo de sol que juguetea en la mano. Una multitud asiste intrépida al nacimiento de los árboles sólidamente unidos al destino de la tierra, mientras la libertad no encuentra su lugar.

Para el hombre la libertad, es decir, ni la tierra ni el cielo. Entonces declina el día y entornan las persianas para que la tarde abandone su aire de prisionera. Pero si bruscamente intentan cerrar los ojos y arrojarse, una mano desconocida los detiene, porque no hay lugar en el espacio, no hay salida en el reino de Dios.

Un espacio a la medida del hombre. Una libertad a la altura de la humillación. Exhibid con orgullo los bellos retratos de familia y marchad resignadamente hacia la fealdad reglamentaria. Oh sublime artificio de la fotografía. Nos reconocemos a través de todos los cambios y arrastramos el mismo nombre y el mismo cuerpo como una cadena por la ruta del tiempo.



ARQUITECTURA DEL DESPRECIO

No debes nunca despreciar por cansancio
debes despreciar por amor
creo en el desprecio
es decir: creo en el amor
porque el amor es inseparable del desprecio
el desprecio es el orden del día del amor

Oh noches de los grandes coloquios
es necesario despreciar a los ojos muy dulces inalcanzables hasta el [límite en que la mano se convierte en sombra
y amarlos cuando aparecen sorpresivamente en las calles unidos a un [mundo distante
y cuando los hemos amado y despreciado
despiertan por la mañana y nos hacen escuchar el sermón de Dios

Mañanas embriagadas de silencios extraños
silencios de los ojos grotescos a enorme distancia de la boca de [destino que hay que recorrer perseguido por todas las injurias
gota a gota el amargo sermón filtra su veneno en la piel rendida por la [noche
hasta que heridos en su orgullo
mis hermanos braman

Nada queda sino despreciar a los bellos ojos sin castigarlos
de manera muy sutil como la lluvia de la suerte
como la agonía que no puede ser lanzada en un grito

Y cuando hayas aprendido a despreciar, conquistarás la belleza, lugar [blanco del olvido, prisión de la estrella del vacío
y la despreciarás como acto de caridad
y lo harás para estar al servicio de Dios

Amarás a los imbéciles con su irresistible mirada de sombrero hongo
para que ellos te paguen con odio
hasta que el odio alcance la voluptuosidad del ruido
(revelación de la risa:
es necesario amarlos por desprecio
y así estarás al servicio de Dios)

Despreciarás a todo lo que se ama
amarás a tu prójimo hasta la extrema dimensión del desprecio
como el canto del mar cuando persigue pausadamente la unificación [de los contrarios
como la saciedad cuando deja su limosna en la mano del sueño
pero ante todo despreciarás a Dios el único
porque así sabrás despreciarte a ti mismo
porque así cumplirás la máxima realización
de pie ante el altar soportarás la fiebre de alto desamparo
oh Dios desenmascarado apoyando la mano en la gran frente del mar.



DECLARACIÓN DE AMOR

Hacia ti llevo blancos caballos de la brida
andando al ritmo tranquilo de tu aliento
erizadas las plumas y los errores, conduciendo un soplo de vida, un [soplo
un hambre vertiginosa cultivada en el desierto de los hombres

Hacia ti marcho con ojos para el asombro, oh viento sin consuelo
y recorro en mi marcha la ruta de las repeticiones
oh dolorosa, esperas sentada en el corazón de la aventura
hasta que se cierre el círculo y podamos crear la noche más pequeña
noche a la medida exacta de nuestra grandeza

Acostada al pie del altar de los sacrificios
profanas tu cuerpo para alcanzar la calma del metal en fusión
la calma de la más alta temperatura
donde tu piel ilumina el camino del abandono

Ya nada te detiene, donadora
brotando admirable en la exhuberancia de las florestas de deseo
cada vez más admirable
como el retorno del ave fénix que prefiere su mundo de cenizas
y cae feliz al ser desgarrada por los mastines de la noche

Nosotros dos, únicos creados no de barro sino de un soplo de lo divino
avergonzados de lo divino nunca podremos encontrarnos
nunca podremos encontrarnos porque sobre los dioses pesa la [sagrada incapacidad de sufrir
y vencidos por la necesidad de amar ascendemos hasta la cima [misma del conocimiento armados sólo de ceguera

Los buitres de la náusea esparcen su sordo rencor
hasta que declina la conciencia y un eje horizontal te conduce a la [muerte de los sonidos
impulsada por un curioso sentido de la orientación
te atrae la fuerza irresistible de las melodías de lo oscuro
abandonando el límite de ti misma
donde la máxima claridad agita sus tentáculos

El mar golpea a la altura de tu puerta con su llamado de ondas y su [oculto mensaje de naufragios
un rumor bravío de sueños de leones
te adormece
pero no hay descanso en la noche austral entre arquitecturas milagrosas
sacerdotisa oficiando una religión futura

No cuenta el amor donde la vida busca su alimento en el espacio de la destrucción
la memoria recorre un horizonte estéril que agoniza
y cambia de ruta para encontrar siempre la dirección de la asfixia
irritada por el persistente misterio de la pureza que todo lo fecunda

Simiente invadida por larvas
en lo interior y lo exterior, en la fuga y en el retorno
en la confusión de la tierra y el cielo, en el sometimiento al rito de la palabra
perdidas al mismo tiempo la dicha y la desdicha
perdido el simulacro, el encantamiento del ojo
perdida en un océano palpitante
enteramente sola
¡despierta!
yo he logrado hacer cantar al sol.



EXPLICACIÓN DE LO INEXPLICABLE

Una gota de sangre
donde no hay nadie, la paloma se cierne sobre los sueños
el pescador escucha, el sembrador se detiene y mira
pasar los ríos –oscura estirpe secreta- en busca de reposo

Ala de sombra, agua de soledad
los pescadores de esencias se nutren del pan cotidiano
como todos
como todos ciertamente duermen y al despertar
se asoman a la calle donde corre una multitud perseguida

Una gota de sangre y la paloma agonizante
confundida con el sol, muerte más fecunda que la vida
si la muerte es la condensación del placer ¿por qué el mundo es tan [bello
visto así a través de los párpados entreabiertos?

Vienen de lejos y van sin prisa porque su tiempo es eterno
y las costumbres lívidas se apartan
pero tienen que levantarse para buscar el pan
y sumarse a los perseguidos
a los agotados, turbios en la marcha
y lo hacen tan sólo porque simplemente la vida es bella
bella sin argumentos

Una gota de sangre
amarga como el hielo de la costumbre
con los rezagados, las distancias y ciertamente algunos minutos de [amor
breves
algunas mejillas que arden y cabellos como ríos
desatados –agua del hombre y del placer-
como ríos de extraña fascinación
como remolinos que borran todos los caminos
de viento y polvo y se despliegan
y ofrecen un cálido vaso de vino para que no olvides
una mirada que paraliza
y nuevamente el viento amargo como la risa

Perenne agonizante adherido siempre al hilo tenue de la memoria
¿qué es lo que debes olvidar?

Has descubierto el reino del reposo
la exaltación del empleo del tiempo.