Joaquín Giannuzzi
(Buenos Aires, 1924 – Salta, 2008)
HISTORIA NACIONAL
Entre no saber
nada y saber lo que los otros
quisieron que
supiera
debí elegir lo
primero;
y después de
haber dado rotunda finalidad a un escupitajo
hubiera aprendido
con mis propias costillas,
con mis
intestinos personales recorridos por cólicos;
hubiera andado
derecho
dinamitando a mis
espaldas lo que debió ser dinamitado.
Y no estaríamos
aquí, inconclusos, manoteando,
reunidos a
puntapié por nuestra propia clase,
discutiendo la
manera de hacer un país,
de alzar los
escombros después de haberlos vomitado,
haciendo de la
historia un embrollo jadeante,
confundiendo los
motivos con la hemorragia.
A todo esto nos
habrán enterrado
sin haber tenido
el coraje
de convertir el
enjuiciamiento en un revólver.
ESTO TERMINA
¿De modo que
querías tu lugar antes de morir?
Mirabas hacia la
calle
donde el tiempo
de la aceptación terminaba,
preguntando
cómo hubiera sido
posible una redención personal,
algo justo en que
ocuparse,
antes de que
fuera demasiado tarde.
Cualquier cosa
menos las manos en los bolsillos,
el tabaco y la
frase inútil,
el razonamiento
arruinado por la realidad,
la dialéctica
privada
contradecida por
el trapo sucio de la cocina.
Antes de que
fuera demasiado tarde,
recordando
que hubo un
momento decisivo y que eso pasó hace mucho tiempo,
y qusiste estar
solo con tu historia particular,
sin conclusión
alguna en mitad de la noche
y la fe
regresando al útero del conocimiento.
Porque no tenías
sustancia recuperable que ofrecer
sino tu neurosis,
tu descalabro, tus uñas rotas
de tanto girar
equivocado mientras lo cierto sucedía en la calle,
tu mala
literatura y tu peor vida,
los golpes de la
frente en el vidrio de la ventana.
Todo eso
para ofrecer a un
mundo
que estaba
cambiando a causa de la materia,
que acomodaba las
cosas para un orden más claro,
que ajustaba las
cuentas y las culpas
y que nada
olvidaba, incluyendo
el sitio
reservado a tu sepulcro.
AHORA SALGO
Me senté en la
ventana
bebiendo mi café
mientras el país se sacudía.
ensayé algunas
meditaciones
en lugar de
quebrar el decorado a balazos.
Y bien, aquello
era demasiado
aún para un
canalla como yo.
Quiero decir que
de pronto entendí
que en esa
sacudida no había nada de teatro,
y que todo iba a
reventar en serio.
En la calle las
caras se habían endurecido;
en los puños
levantados se insinuaba
un conocimiento
decisivo;
sonaron los
primeros disparos
y entonces salí,
me instalé en la historia.
Y era una
lástima, de todos modos,
porque hubiera
tenido filosofía para rato.
CRIMEN EN EL
BARRIO
La policía se
abrió paso
y procedió con
pocas palabras.
El razonamiento
conjeturaba que detrás de la puerta
algo había
ocurrido. ¿Qué podía agregarse
a la mujer con un
balazo en la cabeza
y al hombre
estupefacto
rechazando la
realidad de su propia obra?
Sin embargo,
nosotros esperábamos
en el último
lugar que la lógica
hubiera elegido
para esperar,
como espectadores
que permanecen en el teatro
ya caído el telón
y borrado el escenario.
Pensé en la tarde
remota de la pareja.
donde ahora había
sangre
se amontonaron
las dulces frases
con que todo
empezó, un poco torpemente,
cuando ya mismo
era tarde para quitarles el significado.
Ahora me pregunto
qué hacemos aquí,
me pregunto por
qué hay esperanza todavía,
en qué trama
estamos aprisionados
cuando la fe se
detuvo al comienzo del drama
y volvió
codiciosa después del último acto.
No hay empresa
terminada
en este oficio de
locos que pide materia viviente
y emplea el amor,
habitaciones, papeles, jardines,
para recuperar lo
que la mente considera irrecuperable;
aunque el cáncer
se instale entre el esposo y la esposa
y suene un
revólver entre una mujer y un hombre.
ENSAYO DE LAMENTO
INDIVIDUAL
Observando la
indiferencia de este atardecer
sin duda hermoso
pero demasiado impersonal para mí,
la cara solitaria
se me entristeció
y nadie tuvo la
culpa.
Y no tuve valor
para salir
y gritar a
cualquier parte: ¡aquí estoy yo!
¡tengo un nombre,
un apellido, un domicilio!
¡quiero una
oportunidad, un destino para mí exclusivamente!
Nadie habría
acudido, por supuesto.
total, hace
muchos años que no me ahorco
y a nadie le
llama la atención.
Mi tragedia es
tan poco decisiva
-un síncope entre
dos bostezos,
un cólico no
resuelto en el vientre-
que si me
comprara un revólver fracasaría.
De manera que
antes de estar técnicamente muerto
mi ideal sería
convertirme
en un perro
rabioso suelto en la calle principal.
Algo se pondría
en marcha a mi alrededor,
una mutación en
las cosas humanas por mi causa
y hasta el mismo
atardecer
no desdeñaría mi
persona como punto de referencia.
APUNTES DE ÉPOCA
Frecuencia de
tiroteos
en las inmediaciones
de nuestro cuerpo.
Las noches llegan
como amenazas secretas.
Explosiones,
aullidos de ambulancias y neumáticos,
pasos que se
precipitan.
Espasmos de una
gestación avanzada.
La vieja época
pierde el ritmo
cardíaco, boquea
en el estanque
seco de su propia historia.
Detrás de las
puertas
cerradas a doble
llave, pasador y moral sin dientes
todo el mundo
conteniendo el aliento.
Timbales y música
a volumen crítico.
El baile de los
muchachos
del otro lado de
la pared.
Desde aquí no hay
mucho que explicar:
acumulo muecas,
examino ideologías
pero en conjunto
ignoro
si son libres o
felices,
qué heroísmo
reclaman, qué sueños conciben.
A veces hay un
accidente en el tocadiscos
y entonces los
muchachos
con puños y pies
golpean las paredes
para escapar de
estos tiempos difíciles y oscuros.
Con la rabiosa fe
sin porvenir
de la mosca
luchando en la mermelada.
La calle, esta
mañana,
sólo ofrecía
opciones mortales.
De los edificios
descendían
entre bocanadas
de humo y odio
sufrimientos de
hombres, de mujeres y de
objetos
manufacturados.
Morir sin
esperanza era el único credo
y el mundo
terminaba en los tachos de basura.
no era un momento
surrealista, pueden creerme.
Y juro que los automóviles
revelaban
su verdadera
naturaleza criminal.
CABEZA FINAL
Modelada por la
época,
apaleada por
todas las ideologías,
no conoció la
alegría de lo posible.
Sin música,
inestable
como un
comediante fracasado
esta cabeza calva
toca a su fin.
en el melodrama
matinal del baño
escupe los
últimos dientes
y otras obras
menores del destino.
Lo desconocido
va a rodearla
como una oscuridad malsana.
Ahora se inclina
bajo el agua, vacila
y lentamente
cegada se abandona
a una vieja
descomposición. Se acabó
su tiranía.