LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 10 de marzo de 2010

FERDINAND de SAUSSURE (Ginebra, 1857 – 1913). La Escritura como Patología de la Lengua.

"El objeto concreto de nuestro estudio es, por tanto, el producto social depositado en el cerebro de cada uno, es decir, la lengua (…)
Ahora bien, generalmente sólo la conocemos por la escritura. Incluso para nuestra lengua materna, el documento interviene a cada instante (…)
Lengua y escritura son dos sistemas distintos; la única razón de ser del segundo es representar al primero; el objeto lingüístico no es definido por la combinación de la palabra escrita y de la palabra hablada; esta última constituye por sí sola ese objeto. Pero la palabra escrita se mezcla tan íntimamente a la palabra hablada de que es imagen, que termina por usurpar el papel principal; y se llega a dar a la representación del signo vocal tanta y más importancia que al signo mismo. Es como si se creyese que para conocer a alguien vale más mirar su fotografía que se rostro.
Esta ilusión ha existido en todas las épocas, y de ella están teñidas las opiniones corrientes que se propalan sobre la lengua. Así, comúnmente se cree que un idioma se altera con mayor rapidez cuando no existe la escritura: nada más falso (…)
La lengua tiene, por tanto, una tradición oral independiente de la escritura, y fijada de un modo muy distinto; mas el prestigio de la forma escrita nos impide verlo. Los primeros lingüistas se equivocaron al respecto, como antes de ellos los humanistas.
Hemos dicho que la palabra escrita tiende a suplantar en nuestro espíritu a la palabra hablada: esto es cierto para los dos sistemas de escritura, pero tal tendencia es más fuerte en el primero (ideográfico, N. E.). Para el chino, el ideograma y la palabra hablada son signos de la idea con igual derecho; para él la escritura es una segunda lengua y, cuando en la conversación dos palabras habladas tienen el mismo sonido, recurre a la palabra escrita para explicar su pensamiento. Mas esta sustitución, debido a que puede ser absoluta, no tiene las mismas consecuencias enojosas que en nuestra escritura (…)
… la lengua evoluciona sin cesar, mientras que la escritura tiende a permanecer inmóvil. De ello se deduce que la grafía termina por no corresponder ya a aquello que debe representar. Una notación, consecuente en un momento dado, será absurda un siglo más tarde. Durante cierto tiempo, se modifica el signo gráfico para conformarlo a los cambios de pronunciación, pero luego se renuncia a hacerlo (…)
Otra causa del desacuerdo entre la grafía y la pronunciación: cuando un pueblo toma de otro su alfabeto, ocurre con frecuencia que los recursos de ese sistema gráfico se adecuan mal a su nueva función (…)
Y todavía queda la preocupación etimológica; fue preponderante en ciertas épocas, por ejemplo, en el Renacimiento. Con frecuencia incluso es una falsa etimología la que impone una grafía (…) Pero importa poco que la aplicación del principio sea correcta o no: es el principio mismo de la escritura etimológica lo que es erróneo (…)
El resultado evidente de todo esto es que la escritura oculta la visión de la lengua: no es un vestido, sino un disfraz. Se ve perfectamente por la ortografía de la palabra francesa oiseau, donde uno de los sonidos de la palabra hablada (wazo) no está representado por su signo propio; no queda nada de la imagen de la lengua.
Otro resultado es que cuanto menos representa la escritura lo que debe representar, más se refuerza la tendencia a adoptarla por base; los gramáticos se afanan por llamar la atención sobre la forma escrita. Psicológicamente esto se explica muy bien, pero tiene consecuencias enojosas. El empleo que se hace de las palabras 'pronunciar' y 'pronunciación' es una consagración de este abuso, e invierte la relación legítima y real que existe entre la escritura y la lengua. Cuando se dice que hay que pronunciar una letra de tal o cual forma, se toma la imagen por el modelo. Para que oi pueda pronunciarse wa, sería preciso que existiese por sí mismo. En realidad es wa lo que se escribe oi (…)
Estas ficciones se manifiestan hasta en las reglas gramaticales (…) la h aspirada ya no existe, a menos que se denomine con ese nombre a esa cosa que no es un sonido, pero ante lo cual no se hace ni enlace ni elisión. Es por tanto un círculo vicioso, y la h no es más que un ser ficticio salido de la escritura
Lo que fija la pronunciación de una palabra no es su ortografía: es su historia. Su forma, en un momento dado, representa un momento de la evolución que está obligada a seguir y que es regulada por leyes precisas. Cada etapa puede ser fijada por la precedente. Lo único a considerar, lo que más se olvida, es la ascendencia de la palabra, su etimología (…)
Pero la tiranía de la letra va más lejos aún: a fuerza de imponerse a la masa, influye sobre la lengua y la modifica. Esto no ocurre más que en los idiomas muy literarios, en los que el documento escrito juega un papel considerable. Entonces la imagen visual llega a crear pronunciaciones viciosas; ahí nos hallamos ante un hecho propiamente patológico (…)
Estas deformaciones fónicas pertenecen realmente a la lengua, sólo que no derivan de su juego natural; son debidas a un factor que le es extraño. La lingüística debe ponerlas en observación en un compartimento especial; son casos teratológicos".


(fragmentos del CAPÍTULO VI de la Introducción, “Representación de la Lengua por la Escritura”, Curso de Lingüística General, Planeta-Agostini, 1994)

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