LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







domingo, 14 de noviembre de 2021

TS’AI YEN (177-250): DIECIOCHO COMPASES CANTADOS EN LA TROMPETA DE LOS HUNOS


I

Mi vida comenzó sin sombras,

Pero la desgracia visitó mi país.

 

El cielo despiadado envió calamidades,

La tierra me las dio a conocer.

Entrechocaron las armas, se cierran los caminos,

Todo corre, huyendo del dolor, de la muerte.

El polvo y la humareda cubren los campos;

Son los guerreros Hunos arrastrando a los prisioneros.

Ya no hay ley ni justicia, mi razón se quebranta,

Todo es hostil, mas es vano oponerse.

Perdida y extraviada, ¿quién oirá mi queja?

 

Mi cítara ha dado a la trompeta su compás.

¿Quién atiende al dolor que desborda mi alma?

 

II

Nadie me queda en el mundo,

Sólo estas hordas desatadas,

Que me fuerzan a seguirlas

Al confín del Universo.

El camino de regreso

Me lo cierran los picos nubosos.

En torno mío la arena del desierto

Únicamente gira.

Los Hunos son crueles y feroces,

Como devoradoras serpientes.

Con ojo torvo me miran,

Coraza al pecho y arco en la mano.

 

Al vibrar en mis cuerdas el último compás,

Mi cítara se rompe,

Mi corazón se quiebra, los deseos me huyen,

¡ay, lloro por mi suerte!

 

III

Estoy lejos de la hermosa China,

En el país de los Hunos.

He perdido mi rango y mi familia,

Más me valiera no haber nacido.

Sus trajes de fieltro y lana,

Llenan mi pecho de asco.

Aunque quisiese no podría

Comer su inmundo cordero.

Sus tambores resuenan en la noche

Hasta que llega el día

Y el viento enfurecido

Recorre la llanura,

Oscureciendo los campos, las montañas.

 

La pena del pasado y el dolor del presente

Es mi canto tercero.

La insistente desgracia ya nunca me da tregua.

¿La veré concluir?

 

IV

Los días y las noches pasan,

Yo pienso en mi suelo natal.

De cuanto alienta bajo el cielo,

Yo soy lo más desdichado.

Cuando el cielo siente ira,

El pueblo no sigue ya a su amo.

Para siempre me perdí,

Cautiva en este campamento,

Donde todo me es extraño.

¿Cómo podré vivir en él?

Nada de común nos une.

¿Quién aliviará mi pena?

 

Mi espíritu se extravía y se pierde, sucumbiendo

Bajo tantas miserias.

Al terminar mi cuarto canto, no hacen sino aumentar

Mis hondos sufrimientos.

 

V

Los patos van hacia el sur,

Quiero confiarles noticias de la frontera;

Los patos vuelven del norte,

Creo que traen ecos de mi patria.

Vuelan altos, tan altos,

Que apenas se los ve pasar.

En vano gimo y sufro.

Mi mal no tiene esperanza.

 

Yo contemplo la luna, entornando los ojos,

Mi cítara pulsando.

Cuando el quinto compás desgrana sus acordes,

Mi alma sigue tras ellos.

 

VI

La helada sobre los llanos.

Es riguroso el frío que sufro.

Tengo hambre, mas no puedo comer

Los quesos que ellos comen.

Oigo cómo ruge en la noche

El torrente de aguas desbordadas.

Por la mañana están los caminos

Ante la muralla inundados.

Yo sueño con el ayer,

Ya sin regreso posible.

 

Sexto canto, mi dolor,

No me deja tocar más.

 

VII

Se ha escondido el sol y un viento lúgubre

Levanta los ruidos del país de los Hunos.

El dolor que en este instante oprime mi alma,

¿a quién puedo contárselo en este país perdido?

En torno está el desierto, solitario, cruel,

Únicamente las hogueras suben hacia el infinito…

Los débiles, los viejos no hallan lugar en este mundo;

Hay que ser joven y fuerte en este clima helado.

¿Cómo comparar a los de mi patria natal

Los campos y los ríos de estas tierras fronterizas?

Cubren la llanura ovejas y vacunos,

Innumerables rebaños hormiguean hasta el horizonte,

Pero al acabarse el agua, al ser devorada la yerba,

Los caballos y los bueyes van a pastar más lejos…

 

Este séptimo compás es el de mi rencor.

¡No puedo soportar más el vivir aquí!

 

VIII

Si el cielo soberano tiene los ojos puestos en la tierra,

¿por qué no me socorre en esta triste suerte?

Si los espíritus son poderosos y sabios,

¿por qué me dejas en este prolongado exilio?

¿Por qué el cielo me ha dado un marido Huno y bárbaro?

¿Qué hice para que los espíritus me traten así?

 

Di, para distraerme,

Al octavo compás una música sabia.

El canto concluido,

Mi corazón regresa a su dolor.

 

IX

El cielo es infinito y la tierra sin límites.

Como ellos, no tiene sentido la pena de mi alma.

 

La vida es breve y tan veloz

Como la aurora fugitiva;

El destino no ha querido

Iluminar mi suerte.

El cielo tuvo la culpa

De que yo perdiera mi juventud.

El cielo es azul y profundo.

¿Cómo elevarle mi queja?

Sobre mí, en el vacío,

Sólo humo y nubes veo…

 

El canto noveno se concluye,

¿a quién le diré mi pena?

 

X

Nunca se extinguirán los fuegos de la Gran Muralla,

¡nunca la paz bajará sobre los campos de la guerra!

En las puertas golpeará como un oleaje día a día el genio de la muerte,

Y bajo la luna, todas las noches el viento aullará o se reirá.

 

¡Qué lejos está mi país,

Ningún sonido le llega,

No tengo ya voz para llorar,

Mi aliento oprimido se rompe!

Es mi destino este largo dolor,

El dolor del destierro implacable.

 

Lágrimas de sangre llorando,

El décimo canto, canto.

 

XI

Siento horror de la muerte,

Pero no, quiero vivir;

No se puede perder la vida

Mientras la existencia tenga un objeto.

Vivo con la esperanza de ver mi patria,

Sí, un día verla.

Pero si muero, que me entierren,

Así todo habrá concluido.

 

¡Oh, vosotros, astros del cielo! Bajo las tiendas de los Hunos,

Un jefe me ha desposado y yo he tenido dos hijos.

Los amamanto y cuido sin estar remordida,

Pues aunque hayan nacido en los desiertos del norte,

Yo los amo.

 

Así aunque el canto once

Lo deplore en compases plañideros,

Están unidos a mí para siempre

Y son la carne de mi carne.

 

XII

El viento del Este ha traído un soplo de primavera,

Todo está templado. Ya sé, es el emperador de China

Que envía al universo el sol y la paz.

Los Hunos cantan, billiciosos, cantan de alegría;

China y su país han cesado sus batallas.

De pronto me encuentro con el enviado del Emperador,

Que trae mil onzas de plata

Para pagar a los bárbaros mi rescate.

 

¡Qué alegría poder regresar,

Ver de nuevo a mi gran Soberano!

¡Qué pena dejar a mis niños

Y decirles adiós para siempre!

 

Este es el canto doce

De alegría y tristeza.

Marchar o quedar, es la misma congoja.

Quisiera ser yo y otra distinta a la vez.

 

XIII

¿De qué puedo quejarme? Ya parto para China.

Aprieto contra mí mis pobres niños Hunos,

Bañándoles las ropas con mis lágrimas.

El enviado me ha venidos a buscar.

A duras penas retiene los caballos…

Ya no me queda voz, tanto he gritado…

¡Debíamos para siempre permanecer unidos

Y he aquí que nos separamos para siempre!

 

Se oscurece la claridad del día.

¡Niños míos, debo irme!

¿Dónde procurarme alas

Para venir a buscaros?

Cada paso que me aleja,

Sujeta más mis pies…

 

¡Ah, el cuerpo muere y el alma permanece,

Pero mi amor vivirá para siempre!

 

Este trece compás es rápido y angustioso,

Su música me duele.

Mi corazón está abatido, mi alma, desgarrada.

¿Quién comprenderá mi mal?

 

XIV

Al fin he vuelto a China,

Dejando mis hijos no sé dónde.

Sin poder verlos, mi corazón

No tiene tregua, está sediento.

Para todos los seres del mundo,

El bien sucede a la desgracia.

La única desdichada soy yo,

Cuyo mal ignora el descanso.

 

Las montañas son altas, anchas las llanuras,

No podemos esperar volvernos a ver.

Únicamente al fondo de mis noches solitarias

Los sueños os muestran ante mis ojos.

Os estrecho contra mí, niños, os alzo en mi sueño;

Todo es alegría y dolor,

Pero al despertarme la pena cotidiana vuelve,

Inacabable.

 

Este catorce canto ve mi arroyo de lágrimas

Caer, entremezclándose.

Un río jamás puede regresar a sus fuentes,

Ni olvidaros mi alma.

 

XV

El quince compás es rápido.

¿Quién puede seguir al espíritu que lo inspira?

 

Viví bajo las tiendas de los Hunos,

En el seno de un pueblo extranjero,

Siempre esperando regresar

Y los cielos oyeron mi súplica.

De nuevo estoy en China,

Mi corazón debiera alegrarse,

Sin embrago, una angustia profunda

Alimenta mi pena eterna.

Siguen las estrellas su curso

Pero para mí no tienen luz;

Hijos separados para siempre de su madre,

¿cómo no sentirme desdichada?

El cielo es igual para ellos y para mí,

Pero ningún lazo es posible.

Separados en vida y muerte,

¿qué hacer para encontrarnos?

 

XVI

Al canto dieciséis,

Dejo errar mis pensamientos.

 

¡Mis dos niños y yo

En confines opuestos!

Igual que el sol del poniente y la luna levantándose,

Se miran a lo lejos sin encontrarse nunca.

Imposible estar juntos, es en vano que me lamente,

Pero no los puedo olvidar.

 

Pulso las cuerdas sonoras

Para decir mi angustia.

Dejé a mis niños, volví a China,

La vieja pena cesó, una nueva crece.

Llorando sangre, la levanto al firmamento:

¿Para qué vivir, si todo han de ser lágrimas?

 

XVII

Al canto diecisiete, mi corazón sangra.

No hay camino posible a través de los montes.

Antes sólo pensaba en regresar a mi país natal,

Ahora es únicamente en mis hijos en quienes pienso.

 

Retamas amarillas del norte,

Ramas muertas, hojas secas…

En los campos, los huesos humanos,

Marcados por el sable…

El viento, la escarcha helada,

Hasta en el verano, el frío…

Las bestias y las gentes están hartas,

Hambrientas, agotadas, exhaustas…

 

¿Cómo hubiese podido adivinar

Que volvería a ver mi ciudad?

Mis sollozos detienen mi canto,

Lloro delante de mi ventana.

 

XVIII

La trompeta de los Hunos llega de las fronteras del norte,

Pero la he acordado al son de mi cítara.

 

El dieciocho canto… La canción ha concluido,

Pero el eco se extiende y la memoria es firme.

La belleza del canto y de la música

Son los tesoros de la naturaleza;

Alegría y dolor nos golpean por turno,

Y sus cambios hacen sonora nuestra alma.

La China y el país de los Hunos

Son distintos de clima y de costumbres.

Una madre y dos hijos lanzados

A los confines opuestos del cielo, de la tierra.

 

El sentimiento de mi mala suerte

Es más grande que el cielo sin límites.

Los seis elementos que forman el mundo

No sabrían responder a mi queja dolorida.