LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







domingo, 26 de octubre de 2014

THOMAS HOBBES y el lenguaje (1651)

Hobbes, Thomas, "Del Lenguaje", Cap. IV, Leviatán t. I, Losada. Bs. As., 2004



“La invención de la imprenta, aunque ingeniosa, no es gran cosa comparada con la invención de las letras. Pero no sabemos quién fue el primero en iniciar el uso de las letras. Los hombres dicen que Cadmo, hijo de Agenor, rey de Fenicia, fue quien las trajo por vez primera a Grecia. Fue una invención beneficiosa para mantener la memoria del tiempo pasado y la vinculación de la humanidad, dispersada en tantas y tan distintas regiones de la tierra, y nada sencilla, pues procede de una cuidadosa observación de los diversos movimientos de la lengua, el paladar, los labios y otros órganos del lenguaje; todo ello con el fin de hacer el mayor número de diferencias entre caracteres, para recordarlos. Pero la más noble y beneficiosa invención de todas fue el LENGUAJE, que consiste en nombres o apelaciones y en su conexión, mediante las cuales, los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado y se los declaran también unos a otros para utilidad mutua y conversación, sin lo cual no habría existido entre los hombres ni república, ni sociedad, ni contrato, ni paz ni ninguna cosa que no esté presente entre los leones, osos y lobos. El primer autor del lenguaje fue el propio Dios, que instruyó a Adán en la denominación de las criaturas por él presentadas a su vista, aunque la Escritura no dice más de este asunto. Pero fue suficiente para llevarle a añadir más nombres a medida que iba dándole ocasión la experiencia y el uso de las criaturas, y para unirlas gradualmente a fin de hacerse comprender, y así, con el paso del tiempo, fue consiguiendo el hombre tanto lenguaje como cosas a designar, aunque no tan copioso como el requerido para un orador o un filósofo. Porque nada encuentro en la Escritura a partir de lo cual deducir directa o indirectamente que Adán recibió de Dios los nombres de todas las figuras, números, medidas, colores, sonidos, fantasías y acciones, y mucho menos los nombres de palabras y del lenguaje, como general, especial, afirmativo, negativo, optativo, infinitivo, todos los cuales son útiles; y menos aún los nombres de entidad, intencionalidad, quiddidad y otras palabras sin sentido de la Escolástica.
Pero todo este lenguaje conseguido y aumentado por Adán y su posteridad se perdió de nuevo en la torre de Babel, cuando por la mano de Dios todo hombre fue castigado por su rebelión con un olvido de su lengua anterior. Y viéndose así forzados a dispersarse por las diversas partes del mundo, es necesario que la actual diversidad de lenguas proceda gradualmente de ellas, teniendo a la necesidad (madre de todas las invenciones) como maestra; y con el trascurso del tiempo esta diversidad se hizo en todas partes copiosa.
El uso general de la palabra consiste en transformar nuestro discurso mental en discurso verbal, o la secuencia de nuestros pensamientos en una secuencia de palabras, y esto para cumplir con dos finalidades. Una de ellas es registrar la consecuencia de nuestros pensamientos que, propensos a deslizarse fuera de la memoria y forzados a un nuevo trabajo, pueden así recordarse otra vez gracias a las palabras con las cuales se troquelaron. De este modo, el primer uso de los nombres es servir como marcas o notas de rememoración. La segunda finalidad de la palabra consiste, cuando muchos utilizan las mismas, en indicar (por su conexión y orden) los que unos y otros conciben o piensan de cada asunto, y también lo que desean, temen o es objeto de alguna otra pasión suya. Y para este uso los nombres se denominan signos. Hay los siguientes usos especiales del lenguaje: primero, registrar aquello que por pensamiento descubrimos como causa de alguna cosa presente o pasada, y aquello que a cosas presentes o pasadas pueden producir o efectuar, lo cual es, en suma, adquisición de artes; en segundo lugar, mostrar a otros el conocimiento por nosotros alcanzado, cosa que implica aconsejar y enseñar un hombre a otro; en tercer lugar, expresar a otros nuestras voliciones y propósitos para poder gozar de ayuda mutua; en cuarto lugar, satisfacernos y deleitarnos a nosotros mismos y a otros jugando con nuestras palabras inocentemente, por placer o por ornamento.
A estos usos corresponde también cuatro abusos. En primer lugar, cuando los hombres registran mal sus pensamientos debido a una inconstancia en la significación de sus palabras, con lo cual se engañan registrando como concepciones lo que nunca concibieron. Segundo, cuando usan metafóricamente las palabras, esto es, en un sentido distinto de aquel para el que fueron ordenadas, y con ello engañan a otros. Tercero, cuando declaran mediante palabras una voluntad que no es la suya. Cuarto, cuando las utilizan para agraviarse los unos a los otros; la naturaleza a armado a algunas criaturas vivas con dientes, a otras con cuernos y a otras incluso todavía con manos para atacar a un enemigo, pero es un abuso del lenguaje atacar con la lengua a quien no estamos obligados a gobernar, pues, en ese caso específico no es agraviar, sino corregir y enmendar.
El modo en que el lenguaje sirve para rememorar la consecuencia de causas y efectos consiste en la imposición de nombres, y en su conexión.
Entre los nombres, algunos son propios y singulares para una exclusiva cosa; tal sucede con Pedro, Juan, este hombre, este árbol. Y otros son comunes a muchas cosas, como hombre, caballo, árbol, que, siendo sólo un nombre designan a pesar de ello diversas cosas particulares, respecto de cuyo conjunto se denomina universal; en el mundo universal no hay nada excepto nombres, porque las cosas nombradas son todas ella individuales y singulares.
Se impone un nombre universal a muchas cosas por su semejanza en alguna cualidad o en algún accidente. Y mientras un nombre propio trae a la mente exclusivamente una cosa, los universales indica cualquiera de esas muchas.
Y de los nombres universales algunos tienen una extensión mayor y otros una extensión menor; los mayores comprenden a los menores y algunos de extensión igual se comprenden unos a otros recíprocamente. Así, por ejemplo, el nombre cuerpo tiene un significado más amplio que la palabra hombre y la comprende, y los nombres hombre y racional tienen igual extensión, comprendiéndose mutuamente uno al otro. Pero aquí debemos tener en cuenta que con la palabra nombre no siempre se entiende una palabra exclusivamente, como sucede en la gramática, sino a veces y por circunloquio,  muchas palabras juntas. Porque todas las palabras siguientes: quien en sus acciones observe las leyes de su país sólo forman un nombre, equivalente a esta sola palabra: justo.
Gracias a esta imposición de nombres, de significación estricta unos y amplia otros, transformamos el reconocimiento de las consecuencias de cosas imaginadas en la mente en un reconocimiento de las consecuencias de las apelaciones. Por ejemplo, si un hombre no domina el lenguaje en absoluto (como sucede con los sordomudos de nacimiento) y pone ante sus ojos un triángulo y junto a él dos ángulos rectos (como son las esquinas de una figura cuadrada), puede por meditación comparar y descubrir que los tres ángulos de ese triángulo son iguales a los dos ángulos rectos situados junto a él. Pero si se le muestra otro triángulo distinto en forma al anterior, ya no podrá saber sin un nuevo esfuerzo si también sus tres ángulos equivaldrán a lo mismo. Pero quien tiene el dominio de las palabras, observando que dicha igualdad no correspondía a la longitud de los lados ni a ninguna otra cosa particular del triángulo (sino exclusivamente a que los lados eran líneas rectas y los ángulos tres, y que solo por eso lo denominaba un triángulo), deducirá universalmente con toda audacia que dicha igualdad de ángulos aparece en todos los triángulos; y registrará su invención en estos términos generales: todo triángulo tiene sus tres ángulos iguales a dos ángulos rectos. Y, así, la consecuencia encontrada en un caso particular se registra y recuerda como una regla universal; nos exime del cálculo mental de tiempo y lugar, nos ahorra todo esfuerzo de la mente posterior al primero, y hace que lo descubierto como verdad aquí y ahora sea cierto en todos los tiempo y lugares.
Pero el uso de palabras para registrar nuestros pensamientos no es en parte alguna más evidente que en la numeración. Un idiota de nacimiento incapaz de retener en la memoria el orden de términos numéricos como uno, dos y tres, puede observar cada campanada del reloj y asentir a ella, o decir una, una, una, pero jamás sabrá qué hora está marcando. Y, según parece, hubo un tiempo en que esos nombres numerales no estaban en uso; los hombres se veían forzados a utilizar los dedos de una u ambas manos para las cosas que deseaban contar; y de ello procede que actualmente nuestros términos numerales sean sólo diez en casi todas las naciones, y sólo cinco en algunas, comenzando de nuevo a partir de entonces. Y quien puede contar hasta diez, si recita los números sin orden se perderá y no sabrá a qué atenerse; mucho menos será capaz de sumar, restar y realizar todas las demás operaciones de la aritmética. Por lo mismo, sin palabras no hay posibilidad de calcular los números; mucho menos las magnitudes, la velocidad, la fuerza y otras cosas cuyo cálculo es necesario para el estar o bienestar de la humanidad.
Cuando dos hombres se vinculan en una consecuencia o afirmación como, por ejemplo, el hombre es una criatura viviente o si es un hombre, es una criatura viviente, si el último nombre (criatura viviente) significa todo cuanto significa el nombre anterior (hombre) la afirmación o consecuencia es verdadera; en otro caso es falsa. Porque verdad y falsedad son atributos del lenguaje, no de las cosas. Y donde no hay lenguaje no hay tampoco verdad ni falsedad. Puede haber error, como cuando esperamos lo que no se produce o sospechamos lo que no ha existido, pero en ninguno de los casos puede imputarse a un hombre la no verdad.
Viendo entonces que la verdad consiste en el orden correcto de los nombres en nuestras afirmaciones, quien busque una verdad precisa necesita recordar aquello a lo que se refiere cada uno de los nombres utilizados, y situarlo de acuerdo con ello; en caso contrario, se verá enzarzado en una maraña de palabras como el pájaro en un cepo, y cuánto más luche más atrapado se verá. Por eso en la geometría (única ciencia que Dios se ha complacido en donar a la humanidad), los hombres empiezan estableciendo los significados de sus palabras, significados que llaman definiciones, y situándolos al comienzo de su investigación.
Esto pone de relieve cuán necesario es para quien aspire a un verdadero conocimiento examinar las definiciones de autores precedentes, o bien corregirlas allí donde han sido expuestas negligentemente o bien darlas él mismo. Porque los errores en las definiciones se multiplican a medida que avanza la investigación, y esto conduce a los hombres a absurdos que acaban viendo, pero que no pueden evitar sin investigarlo todo de nuevo desde el comienzo, hasta descubrir el punto donde se encuentra la base de sus errores. De lo cual resulta que quienes confían en los libros hacen como quienes acumulan muchas sumas pequeñas en una mayor sin pararse a considerar si esas sumas pequeñas estaban correctamente hechas o no, y cuando al fin descubren el error visible, sin dejar de confiar en sus primeros fundamentos, no saben cómo lograr una aclaración y gastan el tiempo en revolotear sobre sus libros, como pájaros que, entrando por la chimenea y hallándose encerrados en un cuarto, revolotean ante la falsa luz de una ventana con cristal por faltarles el ingenio necesario para tener en cuenta cómo entraron. Por lo mismo, el primer uso del lenguaje reside en la definición correcta de los nombres, que es la adquisición de la ciencia. Y en las definiciones erróneas o en su falta reside el primer abuso, del que proceden todos los principios falsos y sin sentido; lo cual hace que quienes obtienen su instrucción de la autoridad de los libros, y no de su propia meditación, estén tanto más por debajo del estado de los hombres ignorantes como por encima de él se encuentran los hombres dotados de verdadera ciencia. Porque la ignorancia está situada entre la verdadera ciencia y las doctrinas erróneas. El sentido y la imaginación natural no están sujetos al absurdo. La propia naturaleza no puede errar, y a medida que los hombres van teniendo un lenguaje más amplio van también haciéndose más sabios o más locos que de costumbre. Tampoco es posible que sin las letras un hombre llegue a ser excelentemente sabio o excelentemente estúpido (salvo que su memoria sea dañada por la enfermedad o por una mala constitución orgánica). Porque las palabras son instrumentos de medida para los hombres sabios, que no hacen sino calcular por su medio. Pero también son el dinero de los estúpidos, que las valoran por la autoridad de un Aristóteles, un Cicerón, un Tomás o cualquier otro doctor, simplemente humano.
Sujeto a nombres es todo cuanto puede entrar o ser considerado en un recuento y ser añadido uno a otro para formar una suma, o substraído uno de otro, dejando un resto. Los latinos daban a las cuentas de dinero el nombre de Rationes y al hecho de contar Ratiocinatio, y a lo que llamamos partidas en facturas o libros de contabilidad ellos lo llamaban Nomina es decir, nombres. Y de ellos parece haber procedido la extensión de la palabra Ratio a la facultad de calcular en todas las demás cosas. Los griegos tienen una sola palabra, Logos, para palabra y razón; no porque pensaran que sin razón no había lenguaje, sino porque sin lenguaje no hay posibilidad de razonar. Y al acto de razonar lo llamaron silogismo, lo cual significa acumular las consecuencias de un dicho a otro. Y porque las mismas cosas pueden dar cuenta de los mismos accidentes, sus nombres se tuercen y diversifican variadamente (para mostrar esa diversidad). Esta diversidad de nombres puede reducirse a cuatro grupos generales.
En primer lugar, una cosa puede tomarse en cuenta como materia o cuerpo; como materia o cuerpo; como viviente, sensible, racional, caliente, frío, movido, quieto; con todos esos nombres se comprende la palabra materia, o cuerpo, pues todos ellos son nombres de materia.
En segundo lugar, puede tomarse en cuenta o considerarse algún accidente o cualidad que concebimos presente allí (como ser movido, durar tanto, estar caliente, etc.), y entonces, con un pequeño cambio o torcimiento del nombre de la propia cosa, conseguimos un nombre para ese accidente que consideramos. Para viviente se dice vida; para movido, movimiento; para caliente, calor; para largo, longitud, y así sucesivamente. Y todos esos nombres son los nombres de accidentes y propiedades mediante los cuales una materia o cuerpo se distingue de otro. Estos nombres no se denominan abstractos porque estén separados de la materia, sino por estarlo de su descripción.
En tercer lugar, describimos las propiedades de nuestros propios cuerpos, mediante los cuales hacemos tal distinción. Como cuando algo es visto por nosotros y no reconocemos la propia cosa, sino la visión, el color, su idea en la fantasía. O cuando algo es escuchado y no reconocemos la cosa misma, sino la audición o el sonido exclusivamente, que es nuestra fantasía o concepción de ello mediante el oído. Y esos son nombres de fantasías.
En cuarto lugar, describimos, consideramos y nombramos a los nombres mismos, y a los de lenguajes. Porque general, universal, especial, equívoco, son nombres de nombres. Y afirmación, interrogación, mandamiento, narración, silogismo, sermón, oración y muchos otros términos semejantes son nombres de lenguajes. Y esta es toda la variedad de nombres positivos, que se utilizan para marcar algo que está en la naturaleza o puede ser inventado por la mente del hombre, como los cuerpos que existen o pueden concebirse existiendo, o cuerpos cuyas propiedades existen o pueden considerarse existentes, o palabras y lenguaje.
Hay también otros nombres llamados negativos, y son rasgos para significar que una palabra no es el nombre de la cosa en cuestión, como son las palabras nada, ninguno, infinito, indecible y semejantes que, sin embargo, son de utilidad la observación o para corregir la observación, así como para llamar a la mente nuestros pensamientos pasados, aunque no sean nombres de cosa alguna, porque hacen que nos rehusemos a admitir nombres usados incorrectamente.
Todas las demás palabras son sonidos carentes de significación y pertenecen a dos tipos. Uno corresponde a los términos cuando son nuevos y su significado y sentido no ha sido aún explicado mediante definición; muchas palabras de este tipo han sido acuñadas por escolásticos y filósofos aturdidos.
El otro tipo deriva de cuando los hombres hacen un nombre con dos nombres cuyas significaciones son contradictorias e inconsistentes. Como sucede, por ejemplo, cuerpo incorpóreo o (cosa idéntica) substancia incorpórea, y otras muchas expresiones. Porque siendo falsa cualquier afirmación, los dos nombres de que se compone, agrupados y unificados, nada significan. Por ejemplo, si es falsa la afirmación de que un cuadrado es redondo, la palabra cuadrado redondo nada significa, sino un mero ruido. Del mismo modo, si es falso decir que la virtud puede ser derramada o, las palabras virtud derramada y virtud insufladas son tan absurdas y sin significación como un cuadrado redondo. Y, en consecuencia, difícilmente nos encontremos con una palabra sin sentido y sin significación que no esté construida sobre nombres latinos o griegos. Un francés rara vez oye hablar a su Salvador por el nombre de Parole, pero a menudo oye su invocación por el nombre de Verbe, y, con todo, Verbe y Parole sólo difieren en que una palabra es latina y otra francesa.
Cuando al escuchar cualquier lenguaje un hombre posee aquellos pensamientos para los cuales las palabras de ese lenguaje y su conexión se ordenaron y constituyeron con vistas a significar, entences se dice que lo comprende. La comprensión no es sino la concepción causada por el lenguaje. Y, en consecuencia, si el lenguaje es peculiar al hombre (como creo), la comprensión le es peculiar también. Y, por lo mismo, no puede haber comprensión de afirmaciones absurdas y falsas, en caso de que sean universales, aunque muchos piensen que comprenden entonces, cuando no hacen sino repetir las palabras por lo bajo o retenerlas en su mente.
Cuando haya hablado de las pasiones hablaré de los tipos de lenguajes implicados en los apetitos, aversiones y pasiones de la mente humana, y de su uso y abuso.
Los nombres de las cosas que nos afectan, es decir, que nos placen e incomodan, tienen en los discursos habituales de los hombres una significación inconstante, porque no todos los hombres se ven igualmente afectados por la misma cosa, y ni siquiera un mismo hombre en todo momento. Viendo que todos los nombres se imponen para expresar nuestras concepciones, y que todos nuestros afectos no son sino concepciones, cuando concebimos las mismas cosas de modo diferente nos es difícil evitar una diferente designación para ellas. Pues aunque la naturaleza de lo que concebimos sea idéntica, la diversidad de recepción motivada por diferentes constituciones corporales y prejuicios de opinión, proporciona a todo el tinte de nuestras distintas pasiones. Y, en consecuencia, a la hora de razonar un hombre debe ser cauteloso con las palabras, pues además de significar lo imaginado por los otros sobre su naturaleza, las palabras tienen también el significado de la naturaleza, disposición e interés del hablante. Tal sucede con los nombre de las virtudes y vicios, pues un hombre llama sabiduría a lo que otro llama miedo, y uno crueldad a lo que otro llama justicia; uno prodigalidad a lo que otro magnanimidad, y uno seriedad a lo que otro estupidez, etc. Y, en consecuencia, tales nombres nunca pueden ser verdaderos fundamentos de ningún raciocinio. Tampoco pueden serlo las metáforas y tropos del lenguaje, pero estos son menos peligrosos, porque profesan su inconstancia, cosa que los otros no".




miércoles, 21 de mayo de 2014

CARLOS MASTRONARDI, POESÍA INÉDITA

Carlos Mastronardi (Gualeguay, 1900 – Buenos Aires, 1976)


SERENATA

Te quiero a lo Machado (como Manuel). No temas,
no buscará mi anhelo tu espectro desasido
por el pueblo nocturno donde arraiga el ladrido,
junto al rancho que esconde tus soñadas diademas.

Tiemblan perdidas luces. El cielo fue inclinado
por esta sombra amiga de mis noches de amante.
Vuelvo a tu senda y sufro la tiniebla; no obstante
he llegado. Aquí estoy. No estás pero he llegado.

Manuel solía quedar inmóvil sin voz,
sus ojos como absortos, sus noches como ruinas,
pero los dos murieron ricos de amor. Caminas
hacia mí? Reaparece la luna y baila un Dios.

Si mi boca es solícita pueden venir las aves;
con flores he inventando muchachas a mi pena.
Soy yo quien te conoce, soy yo quien te serena
de mi duelo; no temas, la música lo sabe.

Vuelan como pájaros mis reinos cuando canto;
mas si fuera en el día aún menos los verías:
los astros son las alas. No sé si volverías
si el plazo diese el año. Tal vez no te amo tanto.

Con sus largos silencios los ángeles predican;
la soledad desune los rostros decaídos,
juegan gozosas flores, el muro alza maullidos,
y siempre están los sueños que nunca se dedican.

Sal ya, vámonos juntos, líbrame del castigo
recóndito de amarte. Como arroyo que brilla
con la luna, en tus ojos yo quiero ver Mansilla.
De niño yo decía: “Abre las alas, ven conmigo”.

Vayamos como a un viaje que nunca emprenderemos,
con sombras navegadas que alegres contemplamos.
Las sombras corren vívidas… sólo nosotros… ¡vamos!
Adiós, ciudad incógnita. Ya nunca volveremos.

Ya nunca volveremos. Un pájaro te viste,
ya sol es la mañana, ya nada será cierto;
tus ojos tan cercanos, como la luna, han muerto.
No asomaste, no sabes que anoche estuvo triste.


SABOR DE BUENOS AIRES

Anduve solo y perdido
en la neblina del barrio.
Cuando en cada café y en cada esquina
se me ganaba al corazón un tango.

Buscando sabor de Buenos Aires
pasé por unas calles que hoy cambiaron
y en los mismos cafés vi hombres solitarios
que de su juventud vinieron con sombreros,
y así nomás quedaron
leyendo un viejo diario.
Sentí todo el sabor de Buenos Aires
llegando del pasado
caminando por las calles de recuerdos palpitantes
y en un umbral, sentado, igual que antes
oyendo un viejo tango,
vi un hombre silencio;
callado, parecía misterioso
cantando, era el patrón de Buenos Aires.


EL FONDO DE LA COPA

El viejo don del llanto vuelve a cansados ojos
cuando los turbios días desandan los espejos,
y se despide el fuego de los árboles lentos
que desolan los límites del ocaso y del hombre.

El amargo deseo se dilata y encona
en el oro nostálgico de la edad numerosa,
pero los agresores del placer hecho nardo
no saben que destinan la piedra a su sepulcro.

Liviana gente de humo combate la demencia
del tierno sublevado. El cielo es un desierto,
y la estrella que gira fogosa junto al lecho
se gasta lentamente mientras su luz aumenta.

El vano anhelo fulge como tu cuerpo claro,
y aún defiende una rosa la mano de la muerta.
Sabes? Los ojos ávidos del piloto han querido
durar más que las aguas donde se goza el vértigo.

La luz deja los cielos y tarda en el abismo.
El azul se puebla y el fuego está en la tierra,
mientras desde lo bajo surgen los hondos gritos
y los astros se pierden en nuestra sangre sola.

Niegas las puras dádivas que labraste en los años,
se obstina en el beso tu puñado de polvo,
en tanto que la lucha florida y perdurable
del reversible Fausto, conmueve tu crepúsculo.

Ya invierten las estrellas el rumbo que seguías,
y tu barro enardeces cuando el alma ha crecido.
Prolongan vivas músicas los pasos que se apagan
y pides al invierno la insensatez dichosa.

De tu misión reniegas cuando los vientos tuercen
los jardines magníficos hacia la tarde rota.
Tu anhelo, trabajando sobre claras cenizas,
enciende absurdas lámparas bajo el abierto día.


LA LIBRETA DE BOLSILLO

Las otras noches,
en la soledad del café,
después de hojear el diario y vaciar mi pocillo,
extraje, distraído, la pequeña libreta
en que anoto las direcciones
y los nombres de amigos y conocidos,
como se acostumbra en toda gran ciudad,
donde los signos, las útiles convenciones
sustituyen a los árboles y las estrellas
que orientan en el campo nuestros pasos.
Comprendí entonces que en la libreta auxiliar
pese a sus frías referencias, es mi concisa historia,
pero está vieja y colmada de señas
de modo que deberé reemplazarla
por si el porvenir aún me trae
personas o lugares agradables.

(Al principio con aire negligente
sin buscar nada preciso
y después con espíritu (ánimo) curioso).
Repasé sus viejas páginas,
escritas por mi mano y que conservan
informes? que asenté hace muchos años.
Estas hojas descoloridas y atestadas
ya no permite que el mundo irrumpa en ellas,
y si en verdad se agotaron antes que mi vida,
deberé acudir a otras,
por si algo me acontece todavía.
Mi lectura abarcaba muchos años,
y así pude dar con gentes inciertas,
como quien vuelve por un camino oscurecido.
Nombres casi olvidados, señas de casas
que visité sin dudas, hoy no me dicen nada:
quedan en el papel, no en la memoria.
(las retiene un papel?).

Aquí hay un Alberto Amable que se borró por completo;
quizá era el traficante de libros
que mantuvo trato conmigo
pero del que nada recobro,
y también doy con Laura,
la muchacha que anduvo por mis años
a quien yo saludaba y única,
hay apenas palabras sin imagen,
pues todo lo olvidé, y ni siquiera
me es dado reconstruir su rostro lejanísimo,
que se suma a este séquito de sombras.

Incluye mi lista un Abelardo;
pienso en aquel risueño condiscípulo.
Esto es cuanto persiste de aquel lejano amigo,
al que hace treinta años vi por última vez,
y de quien no recuerdo (retengo) ningún (rasgo) distinto,
salvo su fuerza y su audacia en el gimnasio,
cuando dejábamos las atentas clases.

Aquí hoy… no (recobro) otra cosa de aquel lejano amigo.
No sé quién puede ser este Julio insondable,
ahora convertido en inútil palabra;
sospecho que el excéntrico, estudioso muchacho,
que anduvo extintos reinos, brilló en antiguas guerras,
y aplicado a la historia, ensueño hereditario,
rechazó a la concreta joven que lo quería
pues se había enamorado de Diana de Poitiers.

Inocentes, precarios, distraídos y nostálgicos,
quienes están ausentes de mi vida
sin puñales me apagan y destruyen,
pues también su memoria, como es inevitable,
está llena de muertos insepultos.
Así, mientras repaso tantos nombres ociosos,
cuyos dueños salieron de mi ámbito,
pienso que unos son polvo pero que otros
perduran como intrusos en el mundo,
a la vez que vivientes (extinguidos),
desvanecidos, sueltos, vaporosos.

Nada puedo decir, tampoco, de Rolando,
de modo que deberé borra su nombre vano (inútil).
Algo vuelve de él, ya sé, queda alguna huella (algún rastro),
y es el hecho mortal que presenció en el campo,
cuando era el más alegre de la fiesta.
Recuerdo que furioso y absurdo en su justicia,
mató al caballo que arrastró una legua
a su agónica hermana (novia) pisoteada.
Sólo esa tarde negra, el resto se me escapa;
su voz y sus facciones de perdieron.
(Aquí hay gratas personas cuyos rumbos ignoro,
pero que muchas veces caminaron conmigo).

Residuos, letras vanas, precisiones sin nadie, amigos misteriosos.
Tendré que desecharlos cuando lleve
a una nueva libreta las señales
de los que reconozco y puedo ver. Entonces
quedarán muchas páginas en blanco,
tan despobladas como el presente del viejo.
Seré en ese momento el capitán que vuelve
 de la batalla, y al frente de los suyos
hace, grave, la cuenta de las bajas.
Amigos invisibles y rostros olvidados,
cuántos sepulcros, digo, cavamos en nosotros.
Yo también seré un nombre sin sentido
en la libreta de otro, que algún día
habrá de suprimirme con una tachadura.


ADEVRSUS POETA I

En mangas de camisa, el ojo intenso
y huracanado el pelo,
con un empeño cuyo fin no es otro
que sobornar el tiempo venidero y reducirlo
(para imponerle una imperiosa imagen)
a una imagen, quebrando así la norma
de hierro que lo tiene aprisionado
cumple la empresa de Ícaro,
y su querer desmesurado borra
la triste sucesión, que nos disuelve
(la triste realidad, con inocencia)
vela en la noche laboriosa y larga
feliz y cierta de que se confronta
(en la feliz certeza)
con todas las edades, así dispuesto
tiende a olvidar su condición precaria,
trabaja en unas sombras, las ordena
(con) prolijo deleite, y obstinado
suda su dios con dicha persistente.

…anhela convertir sus pobres sueños
en cuerpo vivo, en ser invulnerable…

…como queriendo
engañar a la muerte con ritos y palabras
…se aparta
de la sencilla gente que se aviene
al orden natural de las cosas

…una grata quimera, un deseado fantasma

…una insaciable sombra que pretende
ir más allá de lo que puede un hombre,

…locos felices que esperan todo
del mañana invisible y caprichoso.

…pues majestuoso y grave se dedica
a (construir) las burbujas que sin tregua
arroja satisfecho hacia el futuro.

…los domina un delirio que las almas
humildes y sensatas no comparten…

…el dichoso insensato que se afana
por conquistar los vagos reinos (imperios) donde nunca
(someter inciertos países)
pondrá el pie…

Afianzado, exultante en su demencia
-un desvarío que todo lo organiza-


ADVERSUS POETA II

En mangas de camisa, el ojo intenso
y huracanado el pelo,
con un empeño cuyo fin no es otro
que sobornar el tiempo venidero y reducirlo
para imponerle una imperiosa imagen
a una imagen, quebrando así la norma
de hierro que lo tiene aprisionado
cumple la empresa de Ícaro,
y su querer desmesurado borra
la triste sucesión (realidad), que nos disuelve (con) inocencia
vela en la noche laboriosa y larga
en su certeza feliz y cierta de que se confronta
con todas las edades, así dispuesto
tiende a olvidar su condición precaria,
trabaja en unas sombras, las ordena
(con) prolijo deleite, y obstinado
suda su dios con dicha persistente.

Anhela convertir sus pobres sueños
en cuerpo vivo, en ser invulnerable…
…como queriendo
engañar a la muerte con ritos y palabras

…se aparta
de la sencilla gente que se aviene
al orden natural de las cosas

…una grata quimera, un deseado fantasma

…una insaciable sombra que pretende
ir más allá de lo que puede un hombre.

…locos felices que esperan todo
del mañana invisible y caprichoso.

…pues majestuoso y grave se dedica

a (construir) las burbujas que sin tregua
arroja satisfecho hacia el futuro.

…los domina un delirio que las almas
humildes y sensatas no comparten…

…el dichoso insensato que se afana
someter inciertos países donde nunca
por conquistar los vagos reinos (imperios) donde nunca
pondrá el pie…

Afianzado, exultante en su demencia
un desvarío que todo lo organiza.


MOTHER O LA VEJEZ

Zaguán sin cartas. Nadie acude.
Al piano, un vals que bailó el 900. Toca ese
vals, curvada y mínima sobre el teclado.
Disgregación general. Maleza en los patios.
Objetos sin dueño.
Como en la infancia: nada tiene sentido.


PRINCESA

Princesa! En celar el destino de
la Hebe que despunta sobre esta
taza, con el beso de nuestros
labios, gasto mis fuegos, pero…

Para que el Amor con ala de
abanico me pinte en él, la
planta entre los dedos y adormeciendo, etc.

(Tumba) Para cumplir tan sólo,
un cándido acuerdo, sin beber
o contener su aliento él bebió allí,

un poco profundo arroyo calumniando: la muerte.