LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 21 de abril de 2010

JOHN DONNE (Londres, 1572-1631). Poesía Sacra.




Todos los poemas han sido tomados de JOHN DONNE. POESÍA SACRA, Beatriz Viterbo, Rosario, 1996. (Versión de Sergio Cueto).





I

¿Tú me has hecho y decaerá tu obra? Sáname ahora, que se apresura mi fin, que corro hacia la muerte y la muerte me encuentra, veloz, y todos mis placeres son como el ayer. No me atrevo a dirigir los empañados ojos a ningún lado: tal espanto arrojan la desesperación detrás y delante de la muerte; mi débil carne se corrompe en su pecado, que la hunde en el infierno. Únicamente tú estás arriba, y cuando hacia ti me permites mirar, de nuevo me levanto. Pero nuestro antiguo y sutil enemigo me tienta de tal modo que no puedo sostenerme ni un instante. Tu Gracia debe darme alas para eludir su arte, y tú, como el diamante, atrae mi corazón de hierro.




II

Como deudor obligado por muchos pagarés, renuncio a mí mismo en tu favor, oh Señor. Primero fui hecho por ti, y para ti, y cuando me arruiné, tu sangre compró lo que antes fue tuyo. Soy tu hijo, hecho de ti para brillar, tu siervo, cuyas penas puntualmente recompensaste; tu oveja, imagen tuya, y, mientras yo mismo no me traicione, un templo de tu divino Espíritu. ¿Por qué entonces el demonio de mí mismo me despoja? ¿Por qué hurta, arrebata incluso, lo que te pertenece? A menos que me levantes y por obra tuya pelee, ay, pronto despertaré: cuando vea que amas tanto a la humanidad, pero no me eliges, y que Satán me odia, pero se rehúsa a perderme.




III

Puedan a mi pecho y a mis ojos regresar esos suspiros disipados y esas gastadas lágrimas; oh, que pueda en este santo descontento llorar con beneficio, tal como lo hice en vano. ¿Qué chubascos, en mi Idolatría, devastaron mis ojos?, ¿qué pesares alquilaron mi corazón? Aquel sufrimiento fue mi pecado; ahora me arrepiento. Debo sufrir por haber sufrido. El borracho hidrópico, el ladrón agazapado en la noche, el ardiente libertino, el ufano, que es llama de sí mismo, todos guardan un recuerdo de pasadas alegrías para consuelo de los males que vendrán. A mí, desdichado, no se me concede ese alivio. Largo y vehemente, el pesar fue efecto y la causa, el castigo y el pecado.




IV

Oh, negra alma mía, ahora te reclama la enfermedad, heraldo de la muerte y paladín suyo. Eres como un peregrino que ha sido traidor en todas partes y no se atreve a volver al sitio del que huyó; o como un ladrón, que hasta el día en que se lea su sentencia de muerte quiere verse libre de la cárcel, pero que condenado y llevado al patíbulo querría poder estar todavía encarcelado. Empero, aún si te arrepientes, precisas de la gracia. Mas ¿quién te dará esa gracia para empezar? Oh, que el santo duelo te vuelva negra, y roja el rubor, como lo hizo el pecado. Lávate en la sangre de Cristo, que, siendo roja, tiene la virtud de teñir, las rojas almas, de blanco.




V

Soy un pequeño mundo ingeniosamente hecho de elementos, y una vivacidad angélica; pero el negro pecado vendió a la noche eterna las dos partes de mi mundo, ay, y ambas partes deben morir. Tú, que más allá de los cielos hasta ayer más altos encontraste nuevos orbes, y de nuevas tierras puedes hablar, derrama nuevos mares en mis ojos, para que pueda así inundar mi mundo con mi tierno llanto, o lavarlo, si es que debe inundarse de nuevo. Mas, ay, debe arder; el fuego de la injuria y de la envidia lo abrasó hasta aquí, y lo hizo todavía más pestilente. Deja que esas llamas se retiren y abrásame, Señor, con tu ardiente celo y con el de tu casa, en la que al comer sanamos.




VI

Esta es la última escena de mi drama. Aquí fijan los cielos el último metro de mi peregrinaje; aquí tardíamente, aunque veloz fue su curso, da mi carrera su último paso, halla mi trecho su última porción, toca mi instante su último tris. Aquí la muerte devoradora disociará mi cuerpo y mi alma, y dormiré un rato; pero esa parte de mí en eterna vigilia verá aquel rostro que a mi sociedad toda ya estremece de pavor. Cuando el alma se haya volado a su primer morada, el cielo, y el cuerpo nacido del polvo torne al polvo, su casa, entonces mis pecados caerán (porque a todo se le hace justicia) a donde se criaron y quisieran arrastrarme, al infierno. Impútame lo justo, ya que así, limpio de mal, dejo el mundo, la carne, el diablo.




VII

Desde las imaginarias esquinas de la redonda tierra, sonad vuestras trompetas, ángeles, y alzáos, alzáos desde la muerte, vosotras, infinidades innumerables de almas, y regresad a vuestros esparcidos cuerpos, todos los que destruyó el Diluvio y el fuego destruirá, todos a los que la guerra, el hambre, la vejez, las pestes, las tiranías, la desesperación, la ley, la fortuna han exterminado, y vosotros, cuyos ojos verán a Dios, y nunca probasteis el desconsuelo de morir.
Más déjalos dormir, Señor, y a mí llorar un rato, pues si mis pecados son más abundantes que ellos, entonces, cuando estemos allí, será tarde ya para pedir la abundancia de tu gracias. Aquí, en este humilde suelo, enséñame a arrepentirme, pues esto sería como si hubieras sellado mi perdón con tu sangre.




VIII

Si las almas fieles son glorificadas igual que los ángeles, entonces el alma de mi padre ve, y ello se agrega a su completa felicidad, cuán valiente cruzo de un salto la ancha puerta del Hades. Pero si esas almas divisan a nuestros espíritus no inmediatamente sino por sus circunstancias y a través de signos evidentes en nosotros, ¿cómo probarán la blanca verdad de mi espíritu? Ellos ven al amante idólatra llorar y lamentarse, y al vil, blasfemo hechicero invocar el nombre de Jesús, y al fariseo hipócrita fingir devoción. Vuélvete pues, alma meditabunda, hacia Dios, porque él conoce tu verdadero pesar, puesto que él lo puso en mi pecho.




IX

Si los minerales venenosos y aquel árbol, cuyo fruto vistió de muerte nuestra inmortalidad, si el lascivo macho cabrío y la serpiente envidiosa no pueden ser condenados, ay, ¿por qué habría yo de serlo? ¿Por qué la intención o la razón, nacidas de mí, harían mis pecados, iguales a los otros, más abominables? Y si la misericordia es fácil y gloriosa para Dios, ¿por qué amenaza con su implacable cólera?
Pero ¿quién soy yo para atreverme a disputar contigo, oh Dios? Ah, de tu única, inapreciable sangre, y de mis lágrimas, haz un celestial Leteo y ahoga en él la negra memoria de mis pecados. Para que tú los recuerdes, y reclames alguno como deuda, pienso agradecerte si llegas a olvidarlos.




X

No te enorgullezcas, muerte, aunque te llamen poderosa y horrenda, porque no lo eres. Aquellos a los que creíste abatir, triste muerte, no murieron, ni a mí puedes matarme. Si del reposo y el sueño, meras imágenes tuyas, tanto placer proviene, de ti, entonces, mucho más debe venir. Los mejores de nosotros se van enseguida contigo –paz a sus huesos, a sus almas redención. Esclava del Hado, la Fortuna, los reyes, los desesperados, si con veneno, guerra, enfermedad, amapola, encantamiento se nos hace dormir tan bien, mejor que con tu golpe, ¿de qué te jactas? Tras un breve sueño, eternamente vamos a despertar, y ya no habrá más muerte. Tú, muerte, morirás.




XI

Escúpeme el rostro, judío, y atraviésame el costado; abofetéame, flagélame, escarnéceme, crucifícame, porque he pecado y vuelto a pecar, y sólo Él, que no pudo haber hecho mal, ha muerto. Pero mi muerte no puede satisfacer mis pecados, que superan la impiedad de los judíos. Ellos una vez mataron a un hombre sin gloria, pero yo lo crucifico a diario, aunque hoy sea glorioso.
Oh, déjame admirar entonces todavía su extraño amor. Los reyes perdonan, pero Él cargó con nuestro castigo. Y Jacob llegó vestido con viles, ásperas ropas, mas para suplantar a otro, y no sin provecho; pero Dios se vistió a sí mismo con la vil carne del hombre, para poder ser así lo suficientemente débil y sufrir su miseria.




XII

¿Por qué nos sirven todas las criaturas? ¿Por qué los pródigos elementos me proporcionan vida y alimento, siendo más puros que yo, simples, y ajenos a la corrupción? ¿Por qué toleras, caballo ignorante, tu sujeción? ¿Por qué lo haces tú, buey?, ¿por qué así cargado, vendados los ojos, simulas debilidad y mueres bajo el golpe del hombre, cuya especie entera podrías devorar, y alimentarte? Más débil soy yo, mía es la desdicha, y peor que la tuya, pues tú no has pecado, y no tienes que temer.
Pero un milagro más grande nos admira: no que a nosotros, naturalezas creadas, esas cosas se sometan; sino que su Creador, ni al pecado ni a la naturaleza atado, por nosotros, sus criaturas, enemigos suyos, haya muerto.




XIII

¿Y si fuese esta la última noche del mundo? Graba en mi corazón, alma mía, allí donde resides, la imagen de Cristo crucificado, y dí si ese semblante puede espantarte: las lágrimas de sus ojos extinguiendo la luz que azora, la sangre que de la cabeza se derrama agolpándose en las cejas. ¿Puede esa lengua, que suplicó el perdón para el escarnio de su feroz enemigo, adjudicarle el infierno? No, no. Pero así como en mi idolatría dije a todas mis profanas amantes que la belleza es sólo un signo de piedad y que la fealdad lo es del rigor, así te digo que a los malos espíritus horrendas formas se les asignan, y que esta bella imagen asegura una piadosa voluntad.




XIV

Abate mi corazón, Dios en tres personas; porque hasta ahora sólo llamas, suspiras, te luces e intentas remediarme. Para que pueda levantarme y tenerme en pie, derríbame; usa tu fuerza y quiébrame, astíllame, abrásame y hazme de nuevo. Yo, como una unidad usurpada, a otro debida, trabajo por admitirte, mas ¡ay! Inútilmente. La razón, tu virrey en mí, debería defenderme, pero está cautivada, y se muestra débil o desleal. Mas aunque te amo profundamente y quisiera que me amaras, estoy prometido a tu enemigo. Divórciame, desata o rompe otra vez ese lazo, ráptame, encadéname, porque si no me esclavizas nunca seré libre, ni casto, si no me violas.




XV

¿Amarás a Dios como él te ama? Asimila entonces, alma mía, esta sana meditación: Cómo el Espíritu, servido por los ángeles en el cielo, hace su Templo en tu pecho; el Padre, que ha engendrado un Hijo, el más bendito, y que aún lo engendra (para que jamás se vaya), se ha dignado elegirte a ti en adopción, coheredero de su gloria y del descanso infinito del Sabbath; e igual que un hombre al que han robado, que al buscar descubre que sus bienes fueron vendidos y debe perderlos o comprarlos de nuevo, el Hijo glorioso descendió hasta nosotros, a quienes había hecho y Satán robó, y por nosotros fue muerto, para salvarnos. Ya era mucho que el hombre fuese hecho como Dios en un principio; pero que Dios se haya hecho hombre, mucho más.




XVI

Padre, tu hijo me da una parte de su doble interés en tu reino; conserva su nudo en la trabada Trinidad y me da la victoria de su muerte. Este Cordero, cuya muerte bendijo con vida al mundo, fue muerto desde el principio del mundo, e hizo dos Testamentos, que con la Herencia suya y con tu reino a tus hijos invisten. Pero son tales las leyes, que los hombres todavía discuten si un hombre es capaz de cumplirlas. Nadie lo hace, pero la todo-curativa gracia y el espíritu vuelven a la vida lo que la ley y la letra matan. El resumen de tu ley, tu último mandamiento, es tan sólo amar. Deja que esta última voluntad perdure.




XVII

Desde que aquella a la que amaba pagó su última deuda con la Naturaleza y para su bien y el mío murió (ay, tan tempranamente al cielo arrebatada el alma), mi espíritu se ha fijado por entero en las cosas celestes. Aquí, el admirarla aguzó mi espíritu en la tarea de buscarte, Señor. Los caminos del agua enseñaron, pues, su manantial. Pero aunque te hallé y mi sed saciaste, una santa y sedienta hidropesía todavía me consume. Mas ¿por qué habría yo de implorar más amor si tú cortejas mi alma a favor de la de ella, para ofrecerle a ella todo el tuyo? No, no temas tan sólo que conceda mi amor a los Santos y a los Ángeles, cosas divinas. Sospecha también, en tu celo suave, que te eclipsen el Mundo, la Carne, el Diablo.




XVIII

Enséñame, amado Cristo, a tu Esposa, luminosa y clara. ¿Es acaso aquella que en la otra orilla va ricamente ataviada? ¿o la que robada y lacerada se lamenta y llora en Alemania y aquí? ¿Duerme mil años y un año vigila? ¿Es la verdad y yerra? ¿Nueva en un momento y al siguiente gastada? ¿Aparece, apareció y aparecerá siempre sobre una, siete, ninguna colina? ¿Habita entre nosotros, o como andantes caballeros soportaremos la afanosa búsqueda antes de ganar su amor? Descubre a nuestros ojos a tu esposa, gentil esposo, y deja que mi alma enamorada corteje a tu suave Paloma, ella, más virtuosa y fiel si muchos la abrazan y a muchos de abre.




XIX

Ay, para torturarme, los contrarios se unen: la inconstancia se ha convertido, antinaturalmente, en un hábito constante; aún cuando no quiera, cambio de votos y de devoción. Tan frívola es mi constricción como mi amor profano, y olvidada con igual presteza; tan misteriosamente destemplada, caliente y fría, como la oración, tan muda; incomparablemente infinita. No me atreví ayer a mirar el cielo, y hoy con súplicas y aduladores discursos cortejo a Dios; mañana verdaderamente temblaré de miedo de su castigo. Así, mis devotos impulsos vienen y se van, como fantásticos escalofríos; a menos que sean ésos mis mejores días aquí; ésos, en los que tiemblo de miedo.

sábado, 10 de abril de 2010

JOSÉ FERRATER MORA (Barcelona, 1912-1991). Doxógrafo contemporáneo: el lenguaje en pos de la metáfora.

“(…) Roman Ingarden señala que hay varias teorías sobre la naturaleza de la obra literaria, es decir, sobre el problema del “modo de existencia” de la obra literaria. Algunos autores opinan que una obra literaria es una realidad que empieza en un momento del tiempo y termina acaso en otro, que puede cambiar y alterarse; se trata de una realidad “física”. Otros autores indican que una obra literaria es una realidad temporal, pero una de carácter psíquico o mental. Lo último puede entenderse de dos modos: o como expresando actitudes y emociones del autor, que el lector tiene que recoger, interpretar y reconstruir, o como expresando emociones y reacciones del lector. Otros opinan, finalmente, que la obra de arte es un “objeto imaginativo”; la obra literaria se refiere a “objetos” de los pensamientos e ideas del autor –objetos que son las cosas y personas representadas en la obra- (cfr. Das literarische Kunstwerk, 3-5). Ingarden rechaza cada una de estas opiniones como parcial y les opone su propia concepción, según la cual la obra literaria es una estructura o formación estratificada, esto es, una estructura compuesta de varias capas heterogéneas. Estas capas (o estratos) son: 1) Los sonidos de palabras y formaciones fonéticas de orden superior basadas en tales sonidos; 2) las unidades de significación de varios órdenes; 3) los aspectos esquematizados y los “continuos” de diversos aspectos; 4) las objetividades representadas y sus viscicitudes (ibid, 8).
En cuanto a los otros autores mencionados, se enfrentan con el problema de la obra literaria especialmente a base de la distinción de los lenguajes en dos tipos: el lenguaje llamado “cognoscitivo”, propio de la obra científica, y el lenguaje llamado “emotivo”, propio de la obra literaria y, engeneral, artística. El lenguaje cognoscitivo es llamado también a veces “indicativo”, “enunciativo”, “referencial” y, a veces, “simbólico”. El lenguaje emotivo es llamado a veces también “evocativo” y, por excelencia, “lírico”. Mientras el primero tiene una función informativa, el segundo tiene una función expresiva. El lenguaje cognoscitivo se compone de enunciados que solamente dicen algo acerca del sujeto que lo emplea; es decir, que se limita a expresar sus emociones y sus sentimientos. De ello se derivan varias consecuencias, de las cuales mencionaremos cuatro. Primera, en el lenguaje cognoscitivo la forma puede ser separada del contenido, mientras que en el lenguaje emotivo forma y contenido son lo mismo. Segunda, mientras el lenguaje cognoscitivo o científico es reversible, el lenguaje emotivo o poético es irreversible. Tercera, el lenguaje cognoscitivo enuncia de algo si existe o no o si es o no de un cierto modo, y, por tanto, sus enunciados son verdaderos o falsos, mientras que el lenguaje emotivo es indiferente a la verdad o a la falsedad. Cuarta, el lenguaje cognoscitivo es un lenguaje abierto, susceptible de rectificación de acuerdo con las observaciones, mientras que el lenguaje emotivo es un lenguaje cerrado. una vez constituida, la obra de arte es inmodificable y forma un universo aparte.
Varias críticas se han lanzado contra esta división de los lenguajes. Principalemente dos. Primera, la de que no es cierto que el lenguaje artístico en general, y poético en particular, sea meramente emotivo o evocativo. Segunda (y es una consecuencia de la anterior), la de que no es cierto que el lenguaje artístico sea indiferente a la verdad o a la falsedad. Según estos críticos el lenguaje artístico, literario, poético, lírico, etc., dice algo acerca de lo real, aún cuando, como ha precisado Urban, lo que dice es distinto de lo enunciado por el lenguaje científico. De acuerdo con esta crítica, se mantiene la diferencia entre los dos lenguajes, pero se rechaza llamar a uno “enunciativo” y al otro “emotivo”; lo único que se puede decir es que hay diferencias entre el lenguaje “científico” y el “poético”, pero diferencias situadas dentro de una línea de continuidad. Muchos argumentos apoyan esta crítica. Por ejemplo, el hecho de que haya entre los enunciados científicos algunos que no dependen directamente de las observaciones de la realidad exterior y se atienen a ciertas exigencias de la construcción conceptual. O bien el hecho de que entre las expresiones literarias haya algunas que, sin dejar de pertenecer a una obra literaria, se refieren a realidades exteriores. Poco a poco se ha llegado a un cierto acuerdo entre dos posiciones que al principio parecían irreductibles. Este acuerdo se basa en la aceptación de varios hechos. Ante todo, el de que puede ser que la diferencia entre la obra científica y la literaria sea sólo una diferencia de tendencia. Luego, el de que las innegables diferencias de estructura entre los dos lenguajes (por ejemplo, el carácter respectivamente reversible e irreversible de cada uno de ellos) no impiden que ambos coincidan en un terreno común: el hecho de ser los dos efectivamente lenguajes y, por lo tanto, de estar los dos sometidos a las mismas leyes de todo universo lingüístico, y especialmente de participar los dos de las dimensiones sintáctica, semántica y pragmática, que, aunque en principio de carácter metalingüístico, pueden ser aplicables a todo lenguaje.
Teniendo en cuenta lo apuntado se ha planteado otro problema, cuyo tratamiento ha permitido un mayor conocimiento de la estructura de la obra literaria desde el punto de vista del lenguaje. Es la siguiente: Paralelamente a la distinción antes mencionada, algunos autores (entre ellos Pius Servien) han llegado a la conclusión de que, puesto que el lenguaje poético es acabado en sí mismo, su estudio consiste esencialmente en el análisis de sus estructuras sintácticas. Éstas están constituidas por elementos tales como los “modelos” de lenguaje, las “curvas rítmicas”, etc. En otras palabras, el lenguaje poético debería ser estudiado. según ello, como si sus expresiones carecieran de significación y, por tanto, de dimensión semántica, Ahora bien, se ha advertido pronto que la dimensión semántica no solamente no puede ser eliminada de la poesía, sino que constituye su característica más destacada. Esto quiere decir que una expresión poética en vez de no decir nada dice, por el contrario, muchas cosas. Tal condición se debe en parte principal al hecho de que el lenguaje poético es primordialmente implícito, en tanto que el lenguaje científico es, o tiende a ser, explícito. Pero, además, se debe al hecho de que las expresiones del lenguaje poético no se desarrollan, por así decirlo, sobre una sola línea semántica, sino que están entrecruzadas por diversas líneas semánticas. En suma, la expresión poética no tiene, como la científica, una, ni, como la puramente exclamativa, ninguna significación, sino que posee multitud de significaciones (…)”

Fragmento de OBRA LITERARIA, Diccionario de Filosofía, t. III (K-P), Ariel, Barcelona, 1994, págs. 2609-2611.

jueves, 1 de abril de 2010

ASHBERY CON GÓNGORA, POR MARCELO LEITES.

"(...) del libro Ruido de fondo (2001), libro que está atravesado por el procedimiento de la intertextualidad de varios poetas, especialmente John Ashbery, con quien andaba enloquecido en esa época, y leía, mientras escribía mi libro en un estado casi febril". (Marcelo Leites, correspondencia personal).


S o r t e s Vergilianae


Ya has vivido un tiempo y no hay nada que no sepas.
Tal vez algo leído en el diario te influenciara y eso ocurrió con frecuencia.
Te pidieron que siguieras estas líneas y seguiste tu propio camino porque te pareció
Que bajo su cobertura había un secreto, casual como respirar, traicionado al ofrecerse.
Entonces se abrió el cielo, revelando mucho más de lo que le correspondía saber a cualquiera.
Es raro lo rápido que crece, casi tan rápido como la luz de las regiones polares.
Reflejada en la capa de nieve ártica en verano. Cuando te das cuenta de hacia dónde va
tienes que seguirla, aunque a una velocidad
por desgracia muy inferior,
De ahí la insensatez y la inutilidad, rabiando en los confines de un callejón
o patio miserablemente iluminados.
El abrazarse unos a otros está en la naturaleza de esta gente, no conocen otra clase sino la suya. Las cosas se pierden de vista rápido y lo mejor es ser olvidados pronto
Porque la miseria es lo que dura, arrojando una luz cancerosa sobre todo lo que tiene cerca: Palabras pronunciadas en lo más cálido de la pasión, que podrían haber sido contenidas a tiempo,
Cualquier intención buena, todo lo problemático, se han apagado
ahora, como el abrazo en el vacío de su flujo.
Y no pueden resucitar salvo como anotaciones perversas acerca de
un indiscutible estado de cosas,
Como conducta del pasado, volviéndose irreconocibles mucho antes de lo que les corresponde. Últimamente te diste cuenta de que las mismas fiebres hacen aún
las mismas rondas, sólo que resultan inasimilables
Ahora que su novedad y su importancia disminuyeron. Con
nosotros sucede igual que con el día y la noche,
El chorro subiendo a través de los grados de la escuela y
abriéndose en suaves floraciones grises
Como chupadas por una aspiradora, la pelusa opulenta de nuestra jaula, también como un insecto excitado
En esgrima nerviosa alrededor de la cabeza, esbozando sus no demasiado
complicadas ordenanzas en la materia del día.
Todos se irán de verdad satisfechos, dejando vacío el estanque, un lugar para nuevos picnics. Después de haber llegado, desnudos, a explorar todos los posibles
terrenos sobre los que se pueden establecer intercambios.
Como: “Se prohíbe pescar”, en modestas letras capitales, y librándose del peso mayor de la cosa Advertida y dejada caer, contundente como una rama con manzanas,
Cuando empezaba a suspirar, justo antes de venirse abajo sobre
la falda, apenada y satisfecha a la vez,
Sabiendo que le llegó la hora mientras tu paciencia apenas
despierta, hacia qué maravillas de especulación, auscultación, visión del mundo,
Satisfecha
con los alrededores. Con este pálido esqueleto de caprichos y ocurrencias provisorias y tardías
Que se te pone en la mano como una carta casi cuarenta años después de haber sido franqueada, Es raro, no es cierto, que el mensaje conserve todavía algún sentido, aunque parcial
en el contexto más amplio de recibir mensajes
A los que tendrás que responder, a la vez que su propósito resulta claro,
Siendo uno e idéntico con el día que originó, aunque esto no lo puedes imaginar.
Hubo un momento en que las palabras entraron hondo, y te reíste e hiciste chistes, cómplice
De todas las posibilidades de su viaje a través de la noche y las estrellas, criatura
Que consideró el abandono de formas tan arcaicas como éstas, pero de todos modos
Las apoyó como a los instrumentos que te hicieron. El surco se manifestó sólo más tarde
Y para entonces fue demasiado tarde para controlar tales aspectos
expansivos como el qué hacer mientras se espera
Que los otros aparezcan: por desgracia no tenía a mi alcance ninguna pila de revistas viejas, Dramas durmiendo bajo la superficie de la máquina cotidiana; además
La buena calidad no es concedida a todos, ¿quién eres tú para suponer que la tenías?
De modo que el viaje se hizo más lento; los contrafuertes de la ciudad se veían ahora de lejos
Pero entretanto el agua se agotaba, la malaria había decimado los rangos y minado la moral,
Ya conoces la historia, de modo que si bien retroceder resultaba
impensable, también lo era la conquista victoriosa de las grandes puertas de bronce.
Tal vez lo mejor fuera pararse aquí mismo, pero ni siquiera eso fue posible.
Varios días después entre el pulsar de las orquestas alguien pidió un trago:
La música paró y los que seguían el ritmo con confianza palidecieron.
Esto es apenas una nota —aunque tal vez microcósmica— de la curva mayor
Del trayecto; no pretende integrarse a él, sino apenas insertarse
hors texte como noción invisible de cómo creció ese día
De planisferio a cielo, y qué rol tuvo el "yo" en todo eso, el investigador insaciable
de trivialidades eruditas, gusano de bibliotecas,
Uno que desfiló con, "hizo causa común", y sin embargo no tenía ni la capacidad
ni el deseo de hacer funcionar la cosa,
Sólo mucha paciencia, como la estrella que sube y se hunde,
dejando la tarea de iluminar al sol poniente.

John Ashbery
(Traducción de Roberto Echavarren)




"(...) Y, en el mismo poema hay una inversión de una línea de un famoso soneto de Góngora. Como es sabido la intertextualidad es el uso literal de una frase, de un sintagma, de un verso de otro escritor usado en un contexto completamente diferente -que es justamente lo que diferencia la intertextualidad del plagio". (Marcelo Leites, ibid.)


SONETO 29

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido, el Sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, (lilio, clavel, cristal luciente
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora


DOXOGRAFÍA:

(...) "Primero pensé que se trataba de que eligiera un poema donde se observara la influencia de algunos autores que han sido mis maestros; algún rastro de Juan L. Ortiz o de Leónidas Lamborghini. Leyendo el trabajo de Fernando* me di cuenta de que no; que más bien se trataba de hacer algo parecido (...) Y recordé que tenía unos viejos textos sobre árboles: Árbol de Montale, Árbol de Eliot, Árbol de Parra, etc.etc., donde imitaba -hasta donde me daba el cuero, claro- los estilos de cada uno de ellos. Pero "parecido", no es igual; porque acá tampoco se trata de un ejercicio, ni de una imitación, sino de un texto literario propio". (Marcelo Leites, ibid).
*Se refiere a "Doxografías: Belottini/Beckett", publicado en este blog.

VI

Las huellas del Renault en la arena continúan su trayecto hasta la orilla del arroyo donde hay un toallón naranja y una bikini a merced del oleaje, se continúan en las huellas de unos pies y ya en el agua se pierden en las piernas que aparecen y desaparecen de la superficie, en su cuerpo que nada mariposa y exhibe su destreza desnuda. Cuando vuelve a la costa deja ver su rostro maravillosamente joven sin saber que alguien la observa detrás de una roca. En la trama posible hay diversas huellas para seguir, huellas demasiado transitadas por los automovilistas que casi siempre siguen los mismos caminos, pero la escena en sí es lo que vale, ahora que su novedad e importancia disminuyeron. De todos modos ella presiente algo y camina ondulante hasta la orilla. Las líneas de su cuerpo son una ofrenda al sol poniente que compite con sus pezones turgentes y relumbra en vano, oro bruñido, en otros ojos alucinados ahora por esas manos deslizándose sobre sus hombros, sobre sus turbulentos pechos, sobre sus caderas, sobre su piel bronceada; alucinado, sí, por esas manos que siguen el juego de las gotas de agua que tocan su pubis, mojada ahora, sí, mojada y absolutamente conciente. Cuando te das cuenta hacia dónde va, tenés que seguirla aunque a una velocidad muy inferior, sobre todo porque las huellas que dejás en la arena no coinciden con las de ella y si intentaras luego de considerar qué maravillas prometen su desnudez cómplice, el agua como un fluido atravesando su sexo y la visión del mundo satisfecha, si lo intentaras, decía, si quisieras trasponer sus huellas y hacerlas coincidir con las tuyas luego de un esfuerzo desmesurado y justo cuando ella empezara a suspirar apenada y satisfecha a la vez luego de volver sobre sus huellas, si de verdad lo lograras…entonces las huellas de la historia dejarían de tener sentido.
Las cosas se pierden de vista y lo mejor es ser olvidados pronto.

Una mujer desnuda
con el pelo mojado
y un toallón naranja
yéndose en su Renault
mientras la luz
declina.


Marcelo Leites, de la serie La música perdida, de "Ruido de fondo".(A quien, además, corresponde el subrayado en los tres poemas).

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Marcelo Leites* nació en Concordia, Entre Ríos, Argentina, en 1963. Poeta y crítico literario. Publicó los libros de poemas: El Margen de la aldea, en Ediciones Río de los Pájaros, de Concordia, en 1992; Ruido de Fondo, en Trópico Sur de Asunción del Paraguay, en 2001; Tanque australiano, en Ediciones Gog y Magog, de Buenos Aires, en 2007 y Resonancia de las cosas en Ediciones en Danza, de Buenos Aires, 2009; además, los ensayos: Cuatro poetas entrerrianos?, en Eduner, la Editorial de la Universidad de E. Ríos, en 2004; y Percepción de la música, Ed. Fondec, Antología colectiva, en 2005. Coordina Talleres de lectoescritura en su ciudad natal, ha leído su obra en Encuentros literarios, nacionales e internacionales. Fue miembro del jurado en los Juegos Florales de poesía del Rowing Club de Paraná (E. Ríos) del año 2007. Integra desde el año 2006, el Consejo Editorial de esta página donde se publican autores de su ciudad y pueden leerse algunos de sus poemas, como también una antología de las voces entrerrianas más representativas, en la Sección Rescates, que dirige.
Seleccionó y prologó la Antología de poesía entrerriana: “Las nuevas voces de Entre Ríos”, editada por la página web www.poeticas.com.ar, en marzo de 2008. Fue publicado en diversos sitios virtuales, entre ellos, los blogs: laseleccionesafectivas y campodemaniobras.. Sus poemas también aparecen en el Nº 29 (Verano 2008) de la Revista "el poeta y su trabajo", que dirige en México, el poeta Hugo Gola.
Actualmente colabora en el blog de la poeta Selva Dipasquale: poemasenlaselva, donde tiene un blog asociado: "La biblioteca de Marcelo Leites" ustedleepoesia2; en el que está publicando una selección de poesía universal.
Otras actividades: Actor, director y adaptador de numerosas obras de teatro estudiantil y vocacional, entre las que se menciona: Otelo y Hamlet de Shakespeare; El pan de la locura, de Carlos Gorostiza y El complejo de Filemón de Jean Bernard-Luc.

*Foto y datos tomados de "Autores de Concordia" (www.autoresdeconcordia.com.ar).