LOS DESVELOS DEL DOXÓGRAFO

La tradición doxográfica consistía en recopilar, de diversas maneras, las opiniones de terceros autores.
¿Es posible otra escritura?
En la historia, los nombres y las fechas son circunstanciales, mojones arbitrarios y consuelo de nuestras íntimas aspiraciones. Un nombre y una fecha no son más que una ilusión, que nos permite velarnos, espejarnos en el otro. Tal vez, para ocultar y evidenciar que no somos más que objetos tallados con la inmaterialidad de la palabra; objetos de sentido incierto, aunque a veces verosímil.
Somos hablados, decimos lo dicho. En el mejor de los casos armamos, con unas cuentas coloridas y los espejos que nos circundan, un universo de probabilidades imposible de explorar en una vida.
Sin embargo, hablamos. Nos hacemos a la mar en pos de Las Molucas demostrando que el encuentro, la metáfora, no es más que un accidente imprescindible.
La metáfora, multiplicadora de sentidos, siempre necesita del otro, que se los otorga. Se es dicho, bien o mal, pero se es dicho. Construcción colectiva, en la que el destino de cada letra que la forja ha extraviado la causalidad.
Somos meros vectores del lenguaje. Cada quien se las arregla, de alguna manera, con las voces que lo habitan. Todo otro ideal pareciera casi alucinado.

Jorge Pablo Yakoncick.







miércoles, 5 de diciembre de 2012

POESÍA PRECOLOMBINA III: HÉROES

"Héroes", Poesía Precolombina, Cía. Gral. Fabril Editora, Buenos Aires, 1960.





HÉROES

CANTO TLAXCALTECA ACERCA DE LA CONQUISTA

Hemos logrado por fin llegar a Tenochtitlán:
esforzaos, tlaxcaltecas y huexotzincas.
¿Cómo lo oirá el príncipe Xicoténcal, el ahorcado?
¡Esforzaos!

Va dando alaridos el capitán Cuauhtencoztli,
sólo le dicen el Capitán y nuestra madre Malintzin:
hemos logrado llegar a Xacalteoz y Acachinanco.
¡Esforzaos!

Esperamos las naves del Capitán: no bien hayan llegado
sus banderas a la cordillera de Aztahuacan,
a su sola presencia demudarán el rostro los siervos mexicanos.
¡Esforzaos!

Ayudad a nuestros señores, los vestidos de hierro,
que ponen cerco a la ciudad, que ponen cerco a la nación mexicana,
¡Esforzaos!

Se puso a bailar aquí el príncipe Apopoca con su escudo
y con él cuantos tienen escudos engalanados de plumas de garza,
los príncipes se aprietan en filas
frente a vosotros, tlaxcaltecas y huexotzincas.

También yo por cierto, he logrado llegar hasta acá
y me he apoderado de una lanza de los españoles,
frente a los que están con escudos ante vosotros,
tlaxcaltecas y huexotzincas.

Ya deponían el escudo Motelchiuhtzin y Tecuilhuitl,
porque llegaron por fin acá aquellos conquistadores
que lanzan fuego.
Dice Atich: Comience el baile, oh tlaxcaltecas y huexotzincas.

Ya se derrumba la muralla de los Águilas,
ya se derrumba la muralla de los Tigres de Tecuilhuitl,
porque por fin acá aquellos conquistadores que lanzan fuego.
Dice Atich: Comience el baile, oh tlaxcaltecas y huexotzincas.

Esfuérzate mucho, alístate al combate, tú Tlacateccatl Temolotzin:
ya se presentaron las naves de los castellanos:
los que moran en chinampas son rodeados por la guerra,
son rodeados por la guerra el Tenochca y el Tlatelolca.

Mientras retumban las negras nubes y se tiende la niebla,
aprisionaron a Cuauhtemoctzin y a un puñado de mexicanos,
de príncipes de guerra que aún resistían:
los que moran en chinampas son rodeados por la guerra,
son rodeados por la guerra el Tenochca y el Tlatelolca.

Recordad, oh hermanos tlaxcaltecas,
cómo lo hicimos en Coyonacazco.
Fueron mancillados de lodo los mexicanos,
fueron escogidas las mujeres por los dominadores.

Nunca se sacia el corazón de Aiximachoctzin:
Nunca se sacia el corazón de Chimalpaquinitzin:
¡Ah, cómo lo hicimos en Coyanacazco!
Fueron mancillados de lodo los mexicanos,
fueron escogidas las mujeres por los dominadores.

Ya quedó encerrado en Acachinanco Tehuexolotzin:
con prisa la acosan Tlamemeltzin, Xicotécatl y Castañeda.
¡Vamos, vamos!

A los nueve días son llevados a Coyoacan
Cuauhtemoctzin, Coabococh y Tetlepanquetzatzin:
ya sois entregados, oh vosotros príncipes.

Los confrontaba Tlacontzin y les decía:
“Oh, hermanos míos, esforzaos:
han atado el oro con cadenas de hierro:
ya sois entregados, oh vosotros príncipes.”

Les responde el rey Cuauhtemoctzin:
“Oh, hermanos míos, hemos sido presos, hemos sido engrillados.
¿Quién eres tú la que está sentada junto al Capitán General?
¡Ah, eres tú ciertamente, oh sobrina mía:
en verdad somos entregados los príncipes!

Por cierto serás esclava en lugar cerrado,
se harán joyeles, se tejerán plumas en Coyoacan.
Oh hermano mío, hemos sido presos, hemos sido engrillados.
¿Quién eres tú la que está sentada junto al Capitán General?
¡Ah, eres tú ciertamente, oh sobrina mía:
en verdad son entregados los príncipes,
en verdad somos entregados los príncipes!”



TRIUNFO DE LOS MATZATZINCAS

Canto, canto, yo Macuilxóchitl,
mi canto llega al Dador de la Vida,
que empiece el baile.

Su mano dirige el canto.
Vive en la mansión de los muertos.
Aquí están vuestras flores,
que empiece el baile.

Tú que sitiaste al pueblo de Tlacotepec,
Itzcóatl han de llamarte los sobrevivientes de Chalco.
Avasallaste al Matlatzinca,
¡Oh Itzocóatl Axayácatl!

Flamean banderas de papel, lazos de flores,
lo que alegra al Matlatzinca en Toluca y en Tlacotepec,
flores y plumajes al Dador de la Vida.

Manos al escudo de madera, escudo al combate,
al peligro, a la guerra en que se hacen prisioneros,
la guerra florida en Ecatepec y en México,
florida de flores, de cantos,
de cabezas cortadas
para el que da la vida.

¡A nuestro paso van y avanzan ebrios
los guerreros de Acolhuacán y Tepanecapán!


CANCIÓN DE LA DANZA DEL ARQUERO FLECHADOR

Das tres ligeras vueltas
alrededor de la columna pétrea pintada,
aquella donde atado está aquel viril
muchacho, impoluto, virgen, hombre.

Da la primera vuelta, a la segunda
toma su arco, ponle un dardo,
apúntale al pecho. No es necesario
que pongas toda tu fuerza
para asaetearlo.
Dispara sin herirlo
hasta lo hondo de sus carnes,
y así pueda sufrir
poco a poco, que así lo quiso
el Bello Señor Dios.

A la segunda vuelta que des
a esa columna pétrea azul
fléchalo otra vez;
y a la tercera, otra vez.
Atada quedará a un árbol
la burla del sol.


CANTO DEL REY DE LOS QUE VUELVEN

I

Ofrezco, ofrezco, florido cacao.
¡Sea yo enviado a la Casa del Sol!
Es hermoso y muy rico el cerco de las plumas de quetzal.
¡Conozca yo la Casa del Sol!
¡Vaya yo allá!
Oh, nadie, capta en su alma la flor que bella embriaga.
Esparzo flores de cacao
Que dan fragancia en el lago de Huexotzinco.

Cada vez que el sol sube a esta montaña,
Llora mi corazón y se entristece.
¡Ojalá fuera flor mi corazón!
¡Ojalá estuviera pintado de bellos colores!
¡Sobre las flores canta el Rey de los que Vuelven!

Haya embriaguez florida. Celébrese la fiesta, ¡oh príncipes!,
haya precioso baile. Esa es la casa de nuestro padre el Sol.

Sobre el muro de turquesas estamos de pie.
Rodeado ha sido el monte de los quetzales.
Junto al agua está el que mora en cavernas.

Llegue al fin la Llanura de la Serpiente,
traigo a mi espalda un escudo de turquesas,
tremolo al viento la roja flor invernal.


II

Por más que llore yo, por más que me aflija,
por mucho que no lo quiera mi corazón,
¿no habré de ir acaso a la Región del Misterio?

Aquí en la tierra dicen nuestros corazones:
“Oh, mis amigos, ojalá fuéramos inmortales,
Oh amigos míos, ¿dónde está la tierra en que no se muere?”

¿Iré yo acaso? ¿Vive allá mi madre?, ¿vive mi padre?
En la Región del Misterio… ¡Mi corazón se estremece!
¡Con sólo que yo no muriera, que no pereciera…!
¡Sufro y siento pena!

Tú ya dejaste cimentada tu fama,
oh príncipe, Tlacahuepantzin.
¡Es que aquí solamente somos esclavos,
solamente están en pie los hombres
delante de aquel por quien todo vive!
Se viene a nacer, se viene a vivir en la tierra.
Por un breve tiempo se tiene prestada
la gloria de aquel por quien todo vive.
Se viene a nacer, se viene a vivir en la tierra.
Sólo venimos a dormir.
Sólo venimos a soñar.
No es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.
Hierba primaveral somos tornados.
¡Viene, está rozagante, echa brotes nuestro corazón,
abre algunas corolas la flor de nuestro cuerpo
para apagarse luego.

Tu creación, tu protección extiendes, oh Dador de la vida.
¡Nadie dice que a tu lado es requerido de infortunio!
Están germinando piedras finas,
se están abriendo plumas de quetzal.
Acaso son tu corazón, oh Dador de la vida.
¡Nadie dice que a tu lado es requerido de infortunio!

Acaso sólo allí vivimos, ¡Gozad!
Sólo en breve tiempo hay posibilidad de reunirnos.
En todo tiempo puede lograrse la gloria.
¡Nadie de los hombres es tu amigo,
por breve tiempo se dan en préstamo
tus bellas flores!
¡Al fin flores secas!

Todo lo que florece en tu odio y en tu torno,
La nobleza, el reino, el imperio, en medio de la llanura
está entretejido con tus flores…, ¡al fin flores secas!


LEYENDA DE LOS SOLES

Luego deliberan los dioses, dijeron: -¿Quién habrá de morar?
Consolidóse el cielo, se consolidó la Señora Tierra,
¿quién habrá de morar en ella, oh dioses?
Todos ellos se preocuparon.
Pero ya va Quetzalcóatl, llega al Reino de la Muerte,
al la do del Señor y de la Señora del Reino de la Muerte.
Al momento les dijo: -He aquí por lo que he venido.
Huesos preciosos tú guardas: yo he venido a tomarlos.
Pero le dice el Rey de los Muertos: -¿Qué vas a hacer, Quetzalcóatl?
Y éste de nuevo responde: -Preocupados están los dioses
de quien ha de habitar la tierra.
El Señor del Reino de la Muerte dice: -Bien está,
tañe mi trompeta de caracol y cuatro veces llévalos en torno
de mi redondo asiento de esmeraldas.
Pero como el caracol no tiene asa, llama luego a los gusanos.
Ellos le hicieron muchos agujeros por donde al instante
entraron los avispones y las abejas nocturnas.
Una vez más dice el Señor del Reino de la Muerte:
-¡Bien está, toma los huesos! –Pero dice a sus vasallos
los muertos: -Decidle aún, oh dioses, que ha de ven ir a dejarlos!
Pero Quetzalcóatl responde: -¡No, para siempre los tomo!
Pero su ynahual le dijo: -Diles: ¡Los vendré a dejar!
Y Quetzalcóatl va a decirles, y a gritos les dice:
-¡He de venir a dejarlos! -Ya con esto subir puede,
ya toma huesos preciosos. En un sitio hay huesos de varón,
en otro sitio, huesos de mujer. Los coge, los hace fardo
y luego los lleva consigo.
Pero otra vez dice el señor de los Muertos
a sus vasallos: -¡Dioses, de veras se los lleva, los huesos preciosos!
Venid y ponedle un hoyo. Ellos vinieron a ponerlo.
En el hoyo cayó, azotó en tierra consigo,
lo espantaron las codornices, cayó como un muerto
y con ello desparramó por tierra los huesos preciosos,
los mordisquearon, los picotearon las codornices.

Mas pronto se recuperó Quetzalcóatl.
Llora por lo sucedido y dice a su ynahual:
-Doble mío, ¿cómo será esto? –Y el doble dice:
-¿Cómo será?
¡Pues cierto, se echó a perder, pero que sea como fuere!
Y luego ya lo recogió, uno a uno los levantó,
y con ellos hizo un fardo, y los llevó a Tamoachán.
Y luego a Tamoachán llegó, ya los remuele Queizastli,
en un lebrillo precioso echa los huesos molidos
y sobre ellos su sangre sacada del miembro viril
echa Quetzalcóatl, y luego todos los dioses hacen penitencia
y por esto dijeron pronto: “Nacieron los merecidos de los dioses,
pues por nosotros hicieron penitencia meritoria.”


CANTO DE LOS ANCIANOS

Nos convocaron a embriagar en Michoacán a Zamacoyáhuac:
fuimos a ofrecernos los mexicanos y quedamos embriagados.
Un día desfilamos en pos de los Águilas viejos y del Guerrero:
¡Qué bien se portaron los viejos mexicanos, pálidos y amortecidos!
Ya nadie dirá que sólo yacemos con las viejas.

Oh Chimalpopoca, oh Axayaca, fuimos en pos de vuestro
abuelillo Zacamaton.
Se concertaron los viejos Caballeros Águilas, Tlacaelel
y Cahualtzin:
dicen que subieron a dar de beber a sus soldados,
que van a ir en persecución del rey de Michoacán.
Sólo que allí se dieron en cautiverio los quisquillosos tlaltelolcas.

Mis nietos Zacuantzin, Tepantzin y Cihuacuecueltzin
con cabeza y corazón esforzado diz que decían:
“Oíd, ¿qué hacen los conquistadores?, ¿ya no quieren morir?
¿ya no quieren ofrecer sacrificios…?”

Cuando vieron que sus guerreros huían ante ellos,
que el oro iba reverberando, los estandartes de pluma de quetzal verdegueando,
“Ay, decían, os cogen prisioneros… ¡no sea así!,
Apresuraos.”
“¡No sean sacrificados esos jóvenes: si así fuere,
Nosotros entre tanto graznaremos como águilas,
no sotros entre tanto rugiremos como tigres,
nosotros los viejos Caballeros Águilas!
Ay, os cogen prisioneros… ¡no seas así, apresuraos!”

Ay de mí, Axayaca el formidable en la guerra,
¿en mi vejez acaso se dirán tales palabras de mis Caballeros Águilas?
-No sea esto, nieto mío, que yo iría en pos de ti.
Han de ofrecerte flores con que se de culto al Guerrero del Sur.
¡Ay, ay de mí…, rendí al fin mi cabeza, me puse a arder,
me he mancillado yo, vuestro abuelo Axayaca!

No reposéis, veteranos y bisoños: no sea que en el brasero,
al bullir seáis quemados, pues caéis bajo el cetro de vuestro
abuelo Axayaca.

Aunque tristemente heridos por las piedras,
cada vez se esfuerzan más los mexicanos.
Mis nietos, que se han pintado el rostro con los colores de la guerra,
por los cuatro vientos tamborilean los escudos que duran en nuestras manos.
Porque los verdaderos mexicanos, mis nietos, están en fila,
Permanecen en fila, tamborilean sin cesar los escudos que duran en nuestras manos.

En el brillo de los Caballeros Águilas,
en el brillo de los Caballeros Tigres,
es exaltado vuestro abuelo Axayaca.

Les está dando silbos para el combate Tlecatzin,
aun cuando los plumajes ya están humeantes.
Ah, él no se cansará con los escudos, con plumajes, con dardos,
con macanas, Tlecatzin,
aun cuando los plumajes ya están humeantes.

Aún vivimos vuestros abuelos: potente es nuestra lanzadera,
potentes nuestros dardos, son los cuales dimos placer
a todos aquellos que nos hicieron frente.

Ahora sin duda ya son viejos, ahora sin duda es un grupo de viejos.
Y entonces lloro yo, vuestro abuelo Axayaca,
al recordar a mis viejos amigos;
¡un Cuepanahuz, un Tecale, un Xochitlahuán, un Yehuaticac…!

¡Ojalá vinieran aquí alguno de ellos,
vinieran uno a uno en grupo los príncipes,
los que mostraron su valor allá en Chalco!

Esforzados vinieran a quitar los cascabeles de los pies.
Esforzados se agitarían en giro los príncipes.
Pero ahora yo, vuestro abuelo, no hago más que reír
de vuestras armas de mujer, de vuestros escudos de mujer,
¡oh, conquistadores de antes, revivid!


CANTO DE COYOTLIBAHUATL

Quetzalcóatl se contempló espantado
con el cuerpo que le dieron los demonios.
Jamás sería visto por su gente de tal suerte,
pero su ynahual, el coyote, díjole, consolándolo:
“Sal a ver a tus vasallos, voy a aliñarte para que te vean.”

Y le hizo primero un atavío de plumas de quetzal
que del hombro a la cintura le cruzaba.
Luego le hizo su máscara de turquesas
y tomó color rojo, con el cual le enrojeció los labios,
tomó color amarillo, con el cual le hizo sus cuadretes en la frente,
luego le dibujó los dientes, cual si fueran de serpiente,
y le hizo su peluca y su barba de plumas azules
y de plumas de roja guacamaya, y se las ajustó muy bien
echándoselas hacia atrás; y cuando estuvo hecho
todo aqueste aderezo, dio a Quetzalcóatl el espejo.

Cuando se vio, se miró muy hermoso y fue entonces
cuando salió el dios de su casa de maderas preciosas,
liberado por los colores y ornamentos del horror de los demonios.


ASEDIO DE HUEXOTZINCO

Es asediada, es aborrecida la ciudad de Huexotzinco:
con armas fue cercada, con dardos fue punzada Huexotzinco.

Retumbó el timbal de tortuga donde está vuestra morada,
Huexotzinco,
donde reina Tecayehuatzin, y donde tañe la flauta y canta
el príncipe Quecehuatl, en su morada Huexotzinco.

Oíd: ya bajó vuestro padre Camaxtli,
pues en la casa de los Tigres el tamboril hizo estruendo
y resonó el canto al son de los timbales.

No de otra manera que las flores se abaten las columnas,
son arrebatados y arrastrados los ropajes
que guarda en su tesoro la ciudad reservada a Camaxtli.

Fueron consumidas por el fuego tus casas de piedras preciosas,
mis casas son de los libros del tesoro, que es tu morada, oh Camaxtli.


CANTO A MIXCÓATL

El Tigre Amarillo ha rugido, el Águila Blanca ha silbado
con la mano,
en casa de Xiuitlpopoca: allá están en la región de los sauces
el general Coxanatzin y mi señor Tlamayotzin.

Apréstese estruendoso el tamboril de oro retumbante
en la casa de Mixcóatl: ¡No siempre se logra ser príncipe,
no siempre adquiero el principado, la gloria, el señorío!
¡Oh, príncipes, un solo momento, un breve instante vivimos aquí!

Teñido de greda está vuestro tamboril, oh guerreros mexicanos,
los que os erguís en el campo de batalla, los vestidos de obsidiana,
los que entre macanas floridas os revolvéis en giros
como lo ambicionan los Águilas y los Tigres.

Tan pronto como han tañido los príncipes su tamboril,
Cecepaticatzin y Tezcatzin, entre macanas floridas se revuelven.
En Águilas se convirtieron, en Tigres se mudaron los príncipes:
hubo matizarse de tigres, hubo cernirse de águilas en el campo de guerra,
allí donde se quiere el favor del que da la vida:
todo el que puede alcanzarlo, en breve se hace amigo suyo si le es fiel.
Allí abrieron sus corolas las flores de los tigres:
las flores de obsidiana están rasgando los rostros
en el campo de batalla, ante el licor de la guerra.

En la casa de Mixcóatl, siempre se elevan cantos,
se canta en casa de Amapan:
ya vienen dando alaridos Tlacahuepantzin e Ixtlilcuecháhuac:
la ley es que se cante: ley de Hermandad, ley de Nobleza.

Cuanto puedas produce, cuanto puedas ambiciona las flores
del que dio la vida, de aquel por quien venimos a vivir en la tierra
nosotros los hombres: cuán grande permanece la riqueza de tus macanas.

¡Oh corazón mío, no te espantes al modo como he de lograrlas!
Un breve instante en la llanura, en el combate
el príncipe de escudo retiñe su escudo;
vibran lloviendo los dardos:
¡Oh corazón mío, no te espantes al modo como he de lograrlas!


RETORNO DE LOS GUERREROS

Perdida entre nenúfares de esmeralda la ciudad,
perdura bajo la irradiación de un verde sol, México,
al retornar al hogar los príncipes,
niebla florida de tiende sobre ellos.

Como que es tu casa Dador de la Vida,
como que en ella imperas tú, nuestro padre,
en Anáhuac vino a oírse el canto en tu honor
y sobre él se derrama.

Donde estuvieron los blancos sauces
y las blancas juncias permanece México,
y Tú, cual azul garza, andas volando sobre él.
Bellamente abres las alas y la cola
para reinar sobre tus vasallos y el país entero.

Entre abanicos de plumas de quetzal
fue el retorno a la ciudad.

Quedaba suspirando de tristeza
la ciudad de Tenochtitlán,
como lo quería el Dios.


CANTO DE CABALLEROS ÁGUILAS

Canta, poeta, que tienes escudo que el sol ilumina,
aun cuando quizá sufras dolor de abandono…
Cual al arco iris estimo tus flores. Mi alma se goza,
aprecio a mi huésped cual las piedras preciosas.

Oh, si yo chichimeca pudiera ir a tomarlas
en los jardines donde se producen: mi alma se goza,
mi huésped, por su parte, envía a darlas y esparcirlas.

Aun cuando los de Cuauacán, aun cuando los de Macuauacán
vinieren a esparcir rojas flores,
una ha de ser la suerte de Cuauhténcatl y Atozquecholtzin.

A Chiapa, a Chiapa fue mi valeroso caudillo:
¿cómo vendrá a verle, cómo vendrá a oírle el que le hace frente?

Doy voces en mi morada, en los prados matizados
de la montaña de Nueve-Puntas, donde nunca llega el sol.
Ya se revuelven, ya hacen espuma, las flores de la guerra sagrada:
las flores del combate son ahora nuestro precepto:
dardo y escudo a Huexotzinco y Cholula he de llevar a ofrecer.

Entre tanto, el instante al borde de las aguas,
entre tanto, al instante fueron en giro los chichimecas:
en la casa de los escudos fueron a aprestarse al combate:
unidos marchan en pos de las Nueve-Llanuras.

Ya ofrezco, ya ofrezco flores perfumadas:
oh compañeros, ojalá fuera yo a casa de Moteuczomatzin;
hermoso y muy amable es el canal del agua
que la ciñe, verde y brillante:
ojalá fuera yo a visitar Moteuczoma.

Nadie valora en su alma las flores bellas y fragantes,
Las flores preciosas que yo esparzo, las que difunden aroma
entre las aguas de Huexotzinco.

Cuantas veces el sol se eleva sobre las montañas,
mi alma se angustia y llora, manojo de flores es mi corazón:
se ha matizado bellamente en su morada:
él es ciertamente sobre las flores
príncipe caudillo de los poetas.


Embriagados de flores, haced festejos, oh príncipes:
enlácese la bella danza en la mansión de nuestro padre sol.

Ya nos erguimos sobre verdes murallas,
tal como él se ha tendido sobre las hermosas montañas:
como es el morador del Anáhuac, tal es el morador de Oztomán.
Logré llegar hasta Coaixtlahuacán: porto su escudo de turquesas:
tremolo en los aires la roja flor de nuestra carne.

Bajó, bajó allá sobre las acacias;
donde se cortan las flores bajó Moteuczomatzin,
bajó a la batalla, con él, Nezahualcóyotl:
en tumulto va en pos de él Anáhuac.

En águila se ha mudado el Tigre de Mixcóatl sobre las acacias:
en la red de las varillas ha nacido el hijo de Mixcóatl Nezahualcóyotl:
al lugar del peligro va, al lugar del peligro va.

La merecieron tus abuelos, Acamapich y Huitzilihuitl:
la gran tierra de Acolhuacan se te reservó, mansión de Mixcóatl.
Nezahualcóyotl a la mansión de los moradores de Oztomán,
al lugar del peligro va, al lugar del peligro va.

En la región de los cactus, donde las magueyes salvajes
fueron a desollarse: en casa de sangre fue colocada,
la gran olla fue asentada: mis abuelos,
Quinantzin, tlatecatzin y el príncipe Techotlala:
por una y otra parte desde Chicomoztoc.

Lloro, lloro, se aflige mi corazón: soy Nezahualcóyotl:
se fueron a la región de la muerte mis abuelos,
Quinantzin y Techotlala.

Porque fue visto dolorido, azotado por el viento Acolmiztli,
anduvieron forjando cantares en Colhuacan
Atotoztli, el que hace brotar e hizo florecer las corolas
a las flores de su llanto, y Coxcotzin el de Chalco,
el que hace mudar los frutos.

Ahora vieron la gran tierra de Acolihuacan,
y en la región de las acacias y los cactus fueron a trasplantar
las flores de su llanto.

Armado de flechas salga mi cautivo: que salga mi cautivo.


LOS GRANDES REYES

Moteuczomatzin, Nezahualcoyotzin, Totoquiahuatzin:
vosotros entretejisteis, vosotros enlazasteis los órdenes de nobleza,
por un breve instante venid a visitar la ciudad en que reinasteis.

Perduran los Águilas, perduran los Tigres:
de igual modo perduran y están aposentados en la ciudad de México.

Entre alaridos fueron terribles, fueron terribles:
bellas y variadas flores conquistaron, fueron poderosos:
y se marcharon, ya no están aquí.

Las Águilas nacen, los Tigres rugen en México,
donde tú mismo reinas, oh Mocteuczoma.

Aquí se enlazan el baile, aquí se entretejen los Águilas,
aquí muestran su rostro los Tigres.

Con sartales floridos de Águilas estuvo bien firme la ciudad:
en los jardines de los Tigres se fueron formando los príncipes
Moteuczomatzin y Cahualtzin, totoquihuatzin y aquel Yoyontzin.
¡Con nuestras flechas y con nuestros escudos
Se yergue y perdura la ciudad!